miércoles, 6 de noviembre de 2013

Crítica a "Fugitiva ciudad", por Elena Felíu Arquiola

El último libro de poemas de Manuel Rico, ganador del Premio Inter­nacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana 2012, continúa la senda iniciada por este autor en poemarios anteriores, aun­que presenta también nuevas perspectivas que lo dotan de singularidad respecto de obras previas. Entre los aspectos que los lectores habitua­les de Manuel Rico reconocerán en Fugitiva ciudad destacan, por ejem­plo, el tono reflexivo, el decir sosegado y la mirada serena. También encontrarán la presencia reiterada de imágenes que se aproximan a lo simbólico: si los trenes, vagones y estaciones, así como los momentos crepusculares, recorrían las páginas de De viejas estaciones invernales, en el caso del libro que ahora nos ocupa es la ciudad la imagen simbólica que se repite. Se trata de una ciudad compuesta de muchas simultá­neamente —menciones a Madrid, Barcelona, Viena, Roma o Frankfurt, entre otros enclaves urbanos, surgen aquí y allá a lo largo del libro—, que podría representar no ya una dimensión espacial sino, como suele ser habitual en la poesía de Manuel Rico, una dimensión temporal: el tiempo pasado, la memoria individual y colectiva, la historia personal y social. Y es precisamente la sabia combinación de estas dos dimensiones —la íntima y la colectiva— lo que singulariza este libro en relación con otros precedentes, en los que quizá la mirada del poeta, sin olvidar nun­ca el entorno, se centraba sobre todo en la realidad personal e interior, en la memoria de un solo individuo.

Fugitiva ciudad se estructura en cinco partes de extensión desigual, precedidas de un poema titulado «Casi un preludio»: «De los barrios inciertos» (17 poemas); «Días en ti con música de fondo» (11 poe­mas); «Más allá de las patrias» (17 poemas); «Formentor, medio siglo. 1959-2009» (3 poemas); «Donde agonizan los deseos» (5 poemas). Las secciones primera y tercera, las más extensas, combinan recuerdos in­dividuales (la infancia, la adolescencia, la orfandad en la madurez, la pérdida de algunos amigos como Diego Jesús Jiménez, Dulce Chacón o Manuel Vázquez Montalbán, el encuentro con Juan Gelman) con acon­tecimientos históricos (la caída del muro de Berlín, la guerra de Irak) o sus vestigios (campos de trabajo en la Sierra de Madrid). Entre ellas, se extiende una segunda sección en la que la memoria ni es solo individual ni es plenamente colectiva, sino compartida con otra persona, la mujer amada. En la cuarta sección se recuerdan las Jornadas Poéticas de For­mentor de 1959 y la celebración de su cincuentenario en 2009, mientras que la quinta está compuesta por cinco sonetos, el último de los cuales da algunas de las claves del poemario (así, el poema atestigua «[...] las edades / que cruzamos a ciegas o la exigua / señal de un tiempo roto»).

Varios son los mecanismos que dotan a Fugitiva ciudad de cohesión interna. Además de la ya mencionada combinación de lo íntimo y lo colectivo o del tono reflexivo, casi elegiaco, que impregna las distintas composiciones, cabría señalar la imagen del extrarradio como símbolo de los márgenes de la vida-ciudad («en los bloques que dan al descam­pado»; «crecen en las afueras / donde antaño lo hicieron vertederos y cardos»; «Era en la nebulosa de los barios inciertos / de todas las ciu­dades donde vivió la infancia»; «las marquesinas últimas de las para­das últimas / de aquellos autobuses de las horas finales»; «inquilinos forzosos de los barrios extremos»; «las últimas calles / de una ciudad soñada»; «un noviazgo crecido en el suburbio»; «el muchacho ya viejo / que amó las periferias / urbanas y mortales», etc.) Igualmente destaca la constante mención de coordenadas temporales que van surgiendo en los distintos poemas sin orden cronológico (años 50, 2008, 1989, 2005, 1998, 2009, 2003, 1975, 2006, 1976, etc.), como reflejo de la —solo apa­rentemente— caótica y caprichosa actividad de la memoria.

Aunque pudiera resultar paradójico, queremos terminar esta rese­ña con la dedicatoria que figura al inicio de Fugitiva ciudad: «A Malva y José Manuel, mis hijos. A su generación maravillosa y golpeada», pues creemos que en ella Manuel Rico ha sabido enlazar con precisión y hon­da ternura los dos ejes —individual y social, íntimo y colectivo— sobre los que gira su libro, sobre los que rota simultáneamente manteniendo con maestría el equilibrio entre ambos.

Publicado en Revista PARAÍSO. Número 9. Año 2013. Págs. 140-141. Octubre de 2013. Jaén.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Manuel Rico retiene con fuerza la memoria en su "Fugitiva ciudad". Por Miguel Veyrat

La certeza futura anida
en las verdades de la memoria
M. Rico
Ayer mismo tomaba yo unas notas en mi cuaderno de poeta. Por ejemplo escribía: “Yo vivo en la lengua, hablo con la vida misma. Y hablo porque la vida no me basta”. Pensé en un primer impulso convertirlas en la apertura de un poema por escribir; pero ya tenía en mente y sobre mi escritorio el último libro de poesía publicado por Manuel Rico, Fugitiva ciudad (1) y él debía ser su primer destinatario. Porque también pensé que el mejor psicoanalista no lograría jamás establecer con exactitud cómo se dan los millones de asociaciones por nanosegundo que se ejecutan en las neuronas de un escritor… hasta hallar las palabras exactas que detallen causas y conclusiones de su propia vida en la sublimación escrita que se propone extender. Es más, creo que Manuel Rico (2) vive permanentemente en el lenguaje literario e ideológico y lo usa como elixir vital porque la propia vida no le basta, a pesar del amor por ella que derrama constantemente. Es uno de esos hombres de letras imprescindibles que providencialmente da una generación: Narrador de éxito en todos los géneros —a los que acaba de agregar el dietarismo resucitado por la moda editorial; poeta, periodista, militante político y social, diputado electo, crítico literario, agente cultural y director de una de las más prestigiosas y limpias colecciones de poesía en esta España de literatura vendida permanentemente al mejor postor.

Tumba de Antonio Gramsci, en Roma, motivo de uno de los poemas
de Fugitiva ciudad
 
Es pues éste un libro escrito por Manuel Riconel mezzo del cammin” de una vida vivida con plenitud sobre la práctica del lenguaje literario; más dantesco que machadiano, pues en su escritura no se cierran las estelas que abre su propia su propia quilla al dejar atrás la singladura—personal y colectiva— ya cumplida, para contemplarla meramente desde el acantilado al que llega en este libro; intenta por el contrario, desde lo alto, un descenso a los infiernos atisbados entre la monotonía del tiempo reseco del franquismo aliviado por los estiajes de una militancia clandestina. Es un libro que servirá para apoyar datos en su paradigma correlativo a los micro-historiadores que desde hace apenas medio siglo incorporan los hechos y emociones cotidianas narradas por poemas, novelas y periódicos. Mas para empuñar el gobernalle de un nuevo impulso en busca del sentido de su vida futura en lo desconocido, se apoya firmemente en un pecho amigo largamente estudiado y estrechado: aquel Manuel Vázquez Montalbán que comenzó a levantar, junto con algunos otros pocos, el borde de la manta que encubría nuestra miseria de españoles secuestrados. Y así, la primera parte del libro, en “los barrios inciertos”, se encomienda al gran poeta, periodista y militante antifascista que fue Vázquez Montalbán en sustancioso epígrafe tomado precisamente del libro de 1997 titulado Ciudad:

Pero sólo serás libre al llegar a Memoria
la ciudad donde habita tu único destino
el frío aguarda más allá de las patrias
más allá de los nombres conocidos.

Para avanzar, nunca olvidar lo cierto, sus verdades: esa patria que jamás engaña. Servirá pues para el empeño el sobrevuelo sobre lo “fugitivo” del recuerdo en la ciudad habitada antaño para conocer las ansias y escenarios de aquellos hijos de los perdedores de la guerra civil, que creyeron en la farsa de la sucesión ordenada al franquismo y cuyas cloacas comienzan a aflorar en nuestros días. Manuel Rico, para intuir cuál será a partir de ahora su destino viaja por las calles de su aprendizaje en el sentido del “efecto mariposa”; así se acerca a lo global de las ciudades y sucesos míticos que le marcaron desde el diminuto punto de partida del barrio donde nació y vivió como niño, adolescente y ahora adulto: el muchacho ya viejo que amó las periferias/ urbanas y mortales, intentando atrapar/ la sombra de un poema.

Un Madrid que se extiende y encoge alternativamente en el recorrido sentimental donde “Memoria” le lleva a los escenarios más íntimos de su estado de crisálida, como el humilde cuarto de una casa de citas  donde la carne se le encoge en el recuerdo de una breves bragas aún temblando de carne nueva… o en los domingos de una periferia pequeño burguesa y aburrida, tanto como “un día no laborable en el polígono industrial”, los ecos del Bukowvsky recién leído por el “huidizo muchacho”, los recorridos en trenes de cercanías con “el corazón desamueblado”, el entierro de un entrañable amigo o la soledad que atrapa el pecho a la cabecera de la madre muerta. Establecido ya el escenario para dar respuesta adecuada a los citados versos de quien hará el papel de Virgilio en tal viaje; tras conjurar el peligro del olvido —(…) El viento se deshace/ en la orfandad sin viento que vive el sustantivo,/ en el lugar nombrado o en la tierra/ de lo innombrable, de lo deshecho o roto, de lo humillado—, el poeta comienza precisamente su libro con esta evocación: 

Era en la nebulosa de las calles
de una ciudad tendida,
como ropa al sol, tras la ventana abierta
al resplandor del miedo. (…)

Y las páginas van abriendo en pleamares la lenta progresión de la vida de un hombre que ya se siente con la capacidad de poner sobre la mesa sus actos y contemplarlos con voluntad analítica, siempre en la inabarcable duda acerca de adónde le llevará el futuro; quizás allá mismo Donde agonizan los deseos, como en la confesión que cierra las guardas. Entre la decepción reflexiva de la colección de poemas también sabremos de otras ciudades que afincaron la realidad histórica en su frente, fijando lo fugitivo del pasado en la lenta progresión de sus certezas ideológicas,  en la conciencia crítica y madura: los años de plomo que se replican en Roma musitando acaso los versos de Pasolini rescatados de “Memoria” ante la tumba de Gramsci, aquél que iluminaba/ ciudades sin escoria en los “Cuadernos/ de la cárcel” (…) ; en la cena en Frankfurt con Juan Gelman, por la risa compartida “contra la incertidumbre de una Europa cobarde” y que el autor aprovecha para el recuento de los amores que también marcaron su quehacer literario, Gabo, Blas de Otero, Haroldo Conti con los que recupera el Silencio de pana y de ternuras/ de divisorias rotas, de fronteras/ que se deshacen/ al comprobar con sereno desengaño que sus propios fantasmas, sus demonios, sus terrores pequeños de “viajero que huye” para no volver en el aroma del viejo tango, no fueron patrimonio  exclusivo de su ciudad fugitiva; que el fermento de la nostalgia se halla siempre bajo los adoquines de cualquiera de las ciudades visitadas donde yace siempre contrariado por la Historia el espíritu  de toda primavera política y social —como aquel mítico ‘68 que su generación no pudo cumplimentar.
 
Capítulo esencial de esta elegía distribuida en poemas de diversa factura —que alcanza incluso arquitectura y metro de soneto en las páginas finales—, y que merece ser resaltado junto al recorrido por las pasiones con más calor guardadas como música y pintura, será el tributo que rinde Manuel Rico a la amistad, una de sus virtudes humanas esenciales. Ellos, sus amigos como el ya citado Manolo Vázquez Montalbán, Dulce Chacón o Diego Jesús Jiménez, aportan  en los versos que les dedica el complemento emocional indispensable para apuntalar “las verdades de la memoria” sobre las que ha reconstruido su trayectoria existencial de “Homo Viator” —como lo hubiese llamado aquel Gabriel Marcel conciliador entre el sentido de los dos itinerarios posibles para el Ser que trazaron  Sartre y Heidegger. Entre la Nada y el Tiempo, Manuel Rico decide final y humildemente  su propio camino: Clausura por de pronto el presente tramo de calzada con una reflexión que es “Herma”, al tiempo que  mojón poético  respirando exacto en sus vestiduras clásicas:

No revela el poema necedades
sino rastros de una verdad antigua.
Cruza puertas y muros, atestigua
temblores del idioma, salvedades.

Que olvidamos a veces, las edades
que cruzamos a ciegas o la exigua
señal del tiempo roto: así es de ambigua
la lengua entre los versos. Las verdades

en el miedo se esciben o en el gozo.
Son realidad y vida, no poema.
Este miente y araña y así enciende

El núcleo de la nida, el turbio esbozo
de los sueños ajados, el emblema
de lo extraño, la luz que nunca ofende.

(1) Fugitiva ciudad. Premio Internacional de poesía Miguel Hernández. Hiperión. Madrid, 2012

 Publicado en Ojos de papel el 10 de noviembre de 2012

 

domingo, 6 de octubre de 2013

"Los sótanos de la ciudad". Por Rafael Suárez Plácido.

Crítica a Fugitiva ciudad.

Cuando hablamos de conocer una ciudad, nos estamos refiriendo a su casco antiguo o, a lo sumo a un barrio concreto, reconocido o reconocible por algo. Pocas veces caemos en la cuenta que las ciudades que vemos no son sino la parte visible de un iceberg, que oculta mucho más de lo que nos ofrece. En la portada de este libro, hay un dibujo de una línea de horizonte, o del cielo, de cualquier ciudad moderna actual y de un espacio por abajo, que podría simbolizar todo aquello que no se ve fácilmente, ni con una visita. A veces, la forma de reconocerlo es haber pasado un tiempo allí, otras veces, haber leído una obra que tenga sus raíces en esa misma ciudad y el momento de confirmar eso que se ha leído, ese sí, ha de ser una visita –al menos una visita- a la ciudad. El autor del dibujo es José Manuel Rico, una de las dos personas a quienes está dedicado este poemario de Manuel Rico. ¿Quién es Manuel Rico? Es muchas cosas (poeta, narrador, editor, crítico…) pero para mí, además de todo ello, es el editor de la Poesía Completa de Manuel Vázquez Montalbán, uno de mis poetas y prosistas favoritos de la literatura española de la segunda mitad del siglo pasado, que también fue muchas cosas y que, quizás por ello, vio como su poesía –sin duda, parte esencial de su obra- quedaba en un discretísimo segundo plano, quizás también como la parte oculta, mucho mayor que la visible, del iceberg de la portada. También Vázquez Montalbán escribió un poemario titulado Ciudad y con unos versos suyos inicia Manuel Rico la primera parte de este poemario. Son cuatro versos, pero en los dos primeros adivino buena parte del significado de este libro: “pero sólo serás libre al llegar a Memoria / la ciudad donde habita tu único destino”. Memoria y ciudad. Memoria y Fugitiva ciudad: Memoria también fugitiva. No se trata de una ciudad con sus calles más céntricas ni monumentos más conocidos, aunque en muchos de estos poemas se reflejen las calles del Madrid natal, especialmente en la primera parte, o de la Barcelona donde se conocieron otras experiencias posteriores. La ciudad fugitiva es una serie de ciudades en las que se han recordado libros o versos o autores que han ido creando la figura del lector que es la base de todas las figuras posteriores. Pero vayamos por partes.

Grafiti en un solar del barrio de Carabanchel
El gran tema del libro es la Memoria. El autor desea transmitir a la generación que sigue a la suya, la generación de sus hijos, su Memoria personal, una especie de Crónica sentimental. Para ello va a utilizar la Poesía. Y considera, acertadamente en mi opinión, que para entender todo lo vivido cabalmente hay que remontarse al 39. La idea del fugitivo, el viajero que huye o que trata de huir del viento frío que le persigue a todas partes, porque incluso forma parte de él mismo, está asociado a Walter Benjamin, que aparece en el primer poema, “Casi un preludio”, en el que ya encontramos al Manuel Rico que se alinea con los perdedores, con los que siempre salieron derrotados al exilio o incluso a la muerte: “… El viento / de la orfandad de Benjamin y el viento del exilio, / de nocturnos de hollín en la Francia del sur/ del año 39”. La “Francia del sur del año 39” fue –no lo olvidemos- la España del norte que recién salía de esa guerra fraticida y que iba a marcar para muchos el inicio de esa generaciones de españoles perdedores en todas las batallas. Fue la misma España que acabó con el sueño de la libertad de Benjamin, que falleció en condiciones nunca suficientemente aclaradas en un pueblito del Pirineo, cuyo nombre quedará unido para siempre al final de la vida y de la libertad, convirtiéndose en un símbolo que íbamos a llevar tatuado en la piel y que aún llevaremos, mientras habitemos los pasajes de la memoria, quién sabe cuánto tiempo.

El libro está dividido en cinco partes que están ordenadas cronológicamente. De ellas, la primera, “De los barrios inciertos” y la tercera “Más allá de las patrias”, tienen en común que sus poemas llevan título y parece que forman parte de un proyecto de obra común, el de esa “fugitiva ciudad” del título, más en la primera parte que en la tercera. Pensemos que es Madrid o Barcelona, pero también Roma, Berlín, Viena o Frankfurt. Esa ciudad-iceberg que navega a la deriva por aguas casi siempre heladas al destino que ya todos conocemos. Son poemas que están impregnados de lo social y que siempre hacen referencia a un hecho o a una historia marcada por la derrota. No se trata sólo de la cara más conocida de esas ciudades, al contrario, nos movemos por polígonos industriales, barrios periféricos, bares del miedo, trenes de cercanías o hipermercados.


“De los barrios inciertos” trata de sus padres, de la infancia y de los primeros años de formación que llegaron con las inolvidables primeras lecturas, poesía y ensayo, Sharon Olds, T. S. Eliot, A. Gramsci y C. Pavese. En la segunda parte, “Días en ti con música de fondo” asistimos a un libro nuevo, en el que el protagonista es el descubrimiento del amor y el escenario, Barcelona. Son versos de amor y de batalla, que presagian esa otra batalla que trata de conseguir la dignidad para los suyos, para sí mismo. Y de eso trata la tercera parte del libro, “Más allá de las patrias”, donde se consolidan esos primeros esbozos de juventud, donde el poeta maduro reconoce con sus propios ojos el mundo, más poesía, más luchas desiguales, a más perdedores y consolida su formación como escritor, llegando hasta los años inmediatamente anteriores a los que vivimos, de los que se trata en la quinta parte, una serie de sonetos a la manera del Blas de Otero de Ángel fieramente humano, sobre el presente sin la carga de espiritualidad que nos ofrecía también el gran poeta vasco.

El poema “Nebulosa”, que inicia la primera de esas partes, ya nos va aclarando cuáles van a ser los rasgos más destacados del libro: formalmente, el uso del encabalgamiento, a veces, abrupto; la adjetivación sonora y, muy especialmente, las enumeraciones (sustantivos, adjetivos, oraciones subordinadas, verbos). Muchos de los poemas son enumeraciones, a veces caóticas, pero normalmente ordenadas in crescendo a partir de las que va tomando forma la historia, porque siempre hay una historia detrás. No es difícil reconocer las lecturas asimiladas del omnipresente Vázquez Montalbán, gran poeta español de la Ciudad y la Memoria, y también con esa adjetivación tan rica, que también encontramos en la otra gran influencia, Jaime Gil de Biedma, a quien cita al empezar la cuarta parte del libro: “Formentor, medio siglo. 1959-2009”, un homenaje a lo que supuso una puesta al día en la poesía española, la primera que se produjo desde la generación del 27, en esa generación del 50 que tomó la bandera de la poesía social. Del mismo modo, van asomando otras influencias a las que va citando, la mayoría de ellos poetas. Y los cita porque la literatura forma parte de la vida de Manuel Rico. Muchas veces la literatura es la vida y el poeta quiere dejar constancia de ello. Ya hemos citado a Walter Benjamin, que para muchos es poeta antes que pensador. Pero también cita a Handke, a Vicente Gaos, a Antonio Machado; y a algunos amigos como Gelman, Diego Jesús Jiménez y Dulce Chacón. Casi todos ellos han sido, algunos son aún, de esa raza de los que nunca ganaron nada más que lo que fueron capaces de escribir, a veces, con su propia sangre. de los que sólo ganaron un lugar en nuestra memoria. Es posible que esa línea más social de la poesía española del siglo XX: Antonio Machado, Blas de Otero, Gil de Biedma y Vázquez Montalbán tenga su continuidad en poetas como Manuel Rico que en esta Fugitiva ciudad plantea con éxito el proyecto de poesía total, poesía de la Memoria.

Publicada en el blog "El describrimiento del Bósforo", de Rafael Suárez Plácido.


jueves, 3 de octubre de 2013

Sobre "Fugitiva ciudad", por Juan Carlos Ortega

Reseña sobre Fugitiva ciudad
 
Madrid es esa ciudad fugitiva, ciudad del presente del poeta, ciudad del siglo XXI, ciudad para jóvenes que hierven de sueños y promesas y ciudad de viejos temerosos de muerte y existencia, de mujeres con bolsas rebosando lechugas y hombres firmando una quiniela o jugando en su móvil, ciudad de cines donde pasan películas de Bergman y de exposiciones de Evard Munch, ciudad de bares, de tiendas de todo a cien, de Mc Donalds donde los amantes furtivos se encuentran y buscan el paraíso de una felicidad transitoria, ciudad de sábados en el hipermercado y domingos fríos de invierno leyendo poemas que ofrecen recetas para engañar al tiempo.

El poeta pertenece a su ciudad. “Soy de la plaza / de España”. “Soy / de una plaza cualquiera de una ciudad sin nombre / donde a veces se odia tanto como se ama”. Aunque esta ciudad está hecha de muchas ciudades: Berlín, Frankfurt, Roma, Bagdad, Viena, Barcelona. En todas ellas se respiran las mismas soledades, las mismas quimeras.

Pero no son solo las imágenes coloridas del presente las que el poeta atrapa en la sombra de sus poemas. La memoria del poeta también nos traslada al Madrid de los años 50, a un lugar de miseria y supervivencia, de miedo y derrota, una infancia de madres mudas y padres aterrados. Tiempos de zozobras e impotencia, donde los derrotados buscan refugio en los “bares del miedo” de la alargada estirpe de aquellos que vencieron. La memoria es, de hecho, uno de los ejes vertebradores de este libro y también una de las constantes de toda la poesía de Manuel Rico.

Fugitiva ciudad. Manuel RicoEn el poema titulado “Momentos de Viena en 2005” el poeta habla de la “desmemoria”. Viena es una ciudad donde el presente luminoso, apacible, pulcro, parece haber olvidado la Historia, los trenes del terror, el llanto, el miedo, el silencio. Igualmente en el poema titulado “Campos de trabajo. Las huellas (Sierra Norte de Madrid)” el poeta nos habla de la sierra de sus veraneos, donde asoman monumentos, junto a pueblos que el terror enmudeció. En ellos pervive “la asustada memoria de los que vivieron poco y sufrieron lo indecible / junto a los muros de la desvergüenza”.

La España turbia de los años 50 y un pasado menos lejano se entremezclan en “Tarde de guerra en Irak”. El poeta camina con su hijo a la sombra del edificio Reina Sofía, donde la gente clama por la paz, lo que le lleva a rememorar al niño que fue y la huella de sufrimiento que dejaron en él aquellos “tiempos infames”, porque “Mas allá de las patrias” aguardan los mismos muertos, los mismos huérfanos, las mismas soledades, los mismos abismos.
 
En otros poemas aparece también la añoranza de aquellos tiempos de adolescencia y juventud incandescente, tiempos de ensoñación y fantasía, de pitillos robados, de futbolines, de cines de sesión doble, de amores primerizos, de cremalleras torpes y manos inexpertas, de muchachas que debían regresar a casa antes de las diez, “de bolsillos / vacíos de monedas y repletos de vida”. Una vida irrepetible en aquel barrio de la periferia que le vio crecer.

En el hermosísimo poema “El barrio que fue mío” el poeta evoca su antiguo barrio. Aunque la gente diga que ya no existe, que “máquinas sin memoria hicieron de él escombros”, no es cierto. El barrio de su niñez y su juventud sigue existiendo en el poema. Vive, por supuesto, en su memoria.

También a su memoria acuden los amigos entrañables del pasado. En “Recuerdo del poeta. El primer encuentro” el poeta rememora al amigo y compañero de sueños y oficio, Manuel Vázquez Montalbán. La noticia de su muerte en Bangkok, recibida “como un baldón de fiebre”, le trae a la memoria su primer encuentro en el hotel Palace de Barcelona, las historias compartidas y los lazos que les unieron para siempre.

En “Cena en Frankfurt” nos habla de su cena con el también poeta Juan Gelman, la charla sobre sus demonios, sus fantasmas, sus temores, los amigos comunes, Gabo, Blas de Otero… Y entre risas y cervezas, el poeta “gelmanea”. Maravilloso vocablo.

Y es que el léxico de Fugitiva ciudad es fértil y al tiempo familiar, sencillo, próximo. Estamos ante un libro que ética y estéticamente resulta emocionante. Un libro que aspira a la cercanía, sin renunciar a una forma trabajada, cuidada y, ciertamente, brillante.

                                                   EL BARRIO QUE FUE MÍO

                                                   Hay una luz seca y sombría
                                                   temblando en las esquinas del verano
                                                   del barrio que ahora evocas.
                                                   Dicen que ya no existe: mienten.

                                                  Que es tierra silenciada y que es vacío: mienten.

                                                   Fue lateral ciudad a medias, turbia
                                                   lonja del desamor y, a veces,
                                                   del desacierto y de la no esperanza,
                                                   de la flor rota y de los entusiasmos,
                                                   del párpado quemado y de la voz más limpia.

                                                   Existe aquí, se crea y vive con la letra
                                                   que atañe al corazón y a veces lo equivoca.
                                                   Aquí crecen las calles amigas de la sombra
                                                   y de la luz de agosto.

                                                   Aquí, en esta tierra de palabras y dudas,
                                                   de tiempos asustados por el límite,
                                                   vuelve, lento, aquel barrio
                                                   del niño que creíste inamovible y tuyo:
                                                   tiendas de coloniales, fruterías,
                                                   el viejo estanco y el lugar del vino
                                                   y los alcoholes, tu primer deseo
                                                   y tu ilusión penúltima.

                                                   Dicen que una tarde de octubre
                                                   máquinas sin memoria hicieron de él escombros,
                                                   lo dejaron sin luz y sin sentido.
                                                   Mienten: vive aquí, en estos signos
                                                   que lo sueñan y encienden
                                                   sin que nadie te vea.

Publicado en la revista digital TRAVELARTE el 18 de noviembre de 2012

 

martes, 2 de julio de 2013

Dos críticas a "Mar de octubre". Pablo Corbalán / Santos Sanz Villanueva

Realismo testimonial, por Pablo Corbalán

Mar de octubre
Fundamentos. Madrid, 1989.
Páginas: 223 Pesetas: 955

Viaje al sureste y viaje en otoño. Un joven escritor emprende la ruta hacia las costas murcianas, en busca de las claves de un fragmento de su propia historia que piensa imprescindible para dar fin a la novela que le obsesiona. Diecinueve años antes, casi en su adolescencia, Martín y un amigo suyo hallaron el cadáver de una muchacha junto a las aguas de la orilla del mar Menor. Cómo murió, cuál era su identidad, en qué circunstancias se produjo aquella muerte, son cuestiones que necesita aclarar no ya para proseguir su tarea literaria sino para satisfacer su íntima ansiedad, ya que la novela en cuestión, establecida en gran parte sobre las huellas de su biografía, le ha obligado a dragar en su propio pasado, cuando, como veraneante, empezó a frecuentar la región. 

En este comienzo de Mar de octubre, Manuel Rico nos introduce en un mecanismo literario de características policiacas que concluirá por desembocar en un esquema pirandelliano en el que los personajes de ficción llegan a confundirse con los reales hasta el extremo que el propio autor aparece identificado en la memoria de la misteriosa muchacha muerta y ésta resulta ser uno de los personajes de su novela.

Pero la propuesta de Manuel Rico no se establece literalmente sobre la obsesionante investigación. Esta terminará por dejar al descubierto otra preocupación subyacente más sutil y más honda: la de la búsqueda de un tiempo perdido que han ido cubriendo los años de crecimiento biológico y de madurez y que en su día fueron acicate de esperanzas y de averiguaciones vitales y de cultura en un período postbélico en el que los miedos represivos iban siendo disueltos por nuevas perspectivas tan alentadoras como inconcretas. Aquel pasado fue el de toda una juventud casi adolescente que, en gran medida, ha ido dejándose ganar por la pasividad, la acomodación, el escepticismo o la desgana empujada por la desintegración de la vehemencia juvenil que no supo hallar su camino entre los espejismos de su laberinto. En esta madeja que se ha llamado del desencanto, Manuel Rico, repleto de legítima ambición literaria y testimonial e impuesto, con el mayor pudor, en la asunción del justo equilibrio entre esos componentes, se atreve, en estos tiempos de descrédito de la realidad, a ejercitarse sobre ella devolviéndole una vigencia que, como es natural, incluso en su vaguada social, tan estúpido resultaba negarla y suprimirla como sobrevalorizarla por sí misma. El autor sabe muy bien que todo depende del grado de sinceridad y autenticidad de quien intenta abordarla y del talento con que el realismo se aplique. En el caso de Mar de octubre el enfoque realista se impone como la clave expresiva adecuada para la motivación imaginativa escogida. Excelentemente meditada y equilibrada, lozanamente escrita y acuciantemente incentivada, la novela de Manuel Rico representa un interesante y positivo quiebro en tan repetidos insustanciales intentos por elevación que se están produciendo en la novelística de los últimos años.

Publicado en El Mundo. Libros. 4 de febrero de 1990.


Tradición realista, por Santos Sanz Villanueva


Otros tiempos más próximos centran el cogollo de la acción de Mar de  eoctubre, de Manuel Rico, libro también inserto en una tradición realista y crítica de la literatura que, no obstante, no escatima el derecho a la invención. El protagonista, un escritor que hurga en su memoria para encontrar un sentido a su vida, viaja a la costa murciana para completar una ficción que arranca de inconcretos, pero nítidos, recuerdos adolescentes. Allí, en el Mar Menor, desarrolla una investigación que aclara antiguos y ominosos hechos.

La línea narrativa, asentada en un planteamiento de intriga, con una trama bien urdida y con más de una sorpresa, suscita el interés que siempre posee el suspense inquietante. Pero todo ello no deja de ser el soporte de algo de más entidad: una especie de autobiografía moral, la de las aspiraciones y decepciones de la promoción que era joven por los años sesenta, a la que pertenece el propio Rico. Esta primera novela, que anuncia un escritor con porvenir, se adentra también en el sugestivo campo en el que vida y literatura entremezclan sus fronteras porque ambas se confunden en el relato de una misma y sola historia.
 
Publicado en Diario 16. Libros. Jueves, 15 de marzo de 1990.

NOTA: la crítica de Sanz Villanueva formaba parte de un recorrido por seis novelas de nuevos narradores, aparecidas en 1989 y bajo el título "Múltiples voces". Los autores eran, además del que suscribe: José Antonio Padrón, Alicia Giménez Bartlett, Ernesto Parra, Carlos Trías y Javier Sebastián.

miércoles, 12 de junio de 2013

Palabras no pixeladas

Por Marta Sanz



En la época del hambre y los i-phones, de una generación maravillosa y golpeada, Manuel Rico persiste en la memoria y en la propia persistencia. En un proyecto poético que es igual que siempre y completamente distinto. Persistencia y perseverancia son formas de la repetición, y la repetición es metáfora de una muerte que se hace tangible en el aire elegíaco de los versos sobre la madre, Diego Jesús Jiménez, Vázquez Montalbán, los desaparecidos de Gelman. Hay, en este poemario, un tono que no renuncia al futuro pero que nos avisa de que, más allá de la perpetuación en hijos, libros y árboles, nos acercamos a una edad en que nos vamos quedando solos. Tal vez es que la literatura es casi siempre triste. Que la ilusión mejor construida es la que desilusiona. Que la locura o la ignorancia, como decía Erasmo, es el único estado compatible con una felicidad compuesta de pequeñísimos fragmentos que siempre se disfrutan retrospectivamente. Repetición y reincidencia son erosiones, modos de gastarse en el reflejo del reflejo. Sin embargo, algunas metáforas significan una cosa y su antónimo, y la repetición –el silencio también- adquiere sentido cuando la realidad, sobre la que se proyecta y donde se construye, no ha cambiado pese al simulacro de metamorfosis que resulta del paso del tiempo. El fantasma aparece porque aún necesita vengarse. Rico resiste en su universo metafórico –descampado, orfandad, memoria- constatando la pertinencia de discursos que aún no han sido oídos.

En Fugitiva ciudad, ese discurso se dibuja con música: en sus excelentes sonetos se concibe la poesía como palabra manchada que es a la vez una luz que nunca ofende. Cuando escribimos un soneto siempre se nos cubre de polvo enamorado, quizá por esa razón estos poemas son viaje en el tiempo y superposición de espacios en la transparencia: las ciudades habitan dentro ciudades a las que se accede por el ojo de una aguja o a través del terraplén de la madriguera de Alicia. La lírica y la ciencia-ficción se combinan con vocación moral. Los lugares y tiempos de Fugitiva ciudad nunca volverán a ser los mismos y, sin embargo, se repiten: los versos expresan lo intangible de esas repeticiones, nuestra dificultad para aprender de la Historia, el movimiento indetectable y la permanencia como señal de ceniza y escritura. Cómo nos impregna la memoria de lo que no hemos vivido, y cómo la no-experiencia pasa a formar parte de nosotros. La palabra de Rico también absorbe una concepción erótica del vivir: el amor es metonimia porque precisa de imágenes que solidifiquen el estado gaseoso y los espíritus que saliendo de una pupila se incrustan en otra. La poesía se hace imprescindible para no olvidar el amor, para dotar al amor de un cuerpo que nos permita verlo y tocarlo más allá de los dolores del platonismo, la represión o la higiene. El amor es pelo, voz, bufanda. Y cada metonimia un fetiche. Escribe Rico “Veo la voz en la bufanda…”, entonces, el amor es sinestesia, teoría del conocimiento.

Rincón de la ciudad de Madrid. Barrio de Carabanchel
Al margen de la idea de que los textos viven dentro de los textos como “las ciudades viven dentro de las ciudades”, de modo que la poesía es una gran conurbación, la colonización permanente de un territorio lábil, en Fugitiva ciudad Rico muestra que la poesía civil no es acta notarial o lista de la compra. En hipermercados, ceniceros y pantalones de pana, Rico encuentra el reverso lírico de lo pequeño: una poesía meditativa que le debe más a la actualidad que a lo metafísico, al Euribor que a Dios. Rico cuestiona la bruma, como puntal del metarrelato posmoderno, despojándola de sus connotaciones melancólicas: la bruma encarna la ceguera y la militancia elegiaca, las reflexiones frente a la tumba de Gramsci, revierten en vindicación de todo lo que sigue siendo urgente. Este proyecto intensifica la condición analógica de un poeta que habita el campo semántico del pensamiento crítico: globalidad, conciencia del mundo, abstracciones e irrenunciables utopías. Manuel Rico, valientemente, persiste. Sus palabras no están pixeladas: son nítidas y, en su lucidez, dañan y estimulan en la misma proporción.  MARTA SANZ

Publicada en Clarín.  Enero-febrero de 2013. Número 103. Oviedo, 2013

jueves, 16 de mayo de 2013

En tiempos de zozobra

Por José Luis Piquero

Una poesía en la ciudad del hoy y la memoria, del yo y el nosotros

 Crítica a Fugitiva ciudad, de  Manuel Rico Madrid. Hiperión, 2012, 96 pp. 

Manuel Beltrán › Paisaje, 2013 Dasto (Oviedo)
La ciudad del título de este nuevo poemario de Manuel Rico (Madrid,1952) no es una sino varias (Barcelona, Madrid, Roma, Viena, Varsovia...), o quizá una ciudad múltiple e imaginaria, creada mediante la superposición de todas ellas. Es también, quizá por eso, la ciudad de la memoria —una ciudad a un tiempo real y simbólica—, en donde transcurren  los noviazgos de juventud, las primeras impresiones, la preparación para la orfandad. Y es, finalmente, la ciudad actual del amor consolidado, del compromiso cívico, de las lecturas, de las hipotecas, de la definitiva partida de los amigos.
En este escenario urbano, que abarca los barrios, los polígonos industriales, los trenes y los hipermercados, se proyecta una experiencia que es tanto personal como colectiva, a la vez pretérita y presente: las manifestaciones contra la guerra de Irak traen el recuerdo de Vietnam; los McDonald’s son la prolongación de los «bares del miedo» de antaño, que olían a humo y a coñac Veterano; los seres perdidos que hoy viajan en autobús antes lo hacían en tranvía; los novios se olvidan la bufanda en el cine, y no se sabe si fue entonces o es ahora.

Esa experiencia también es la de la literatura y el arte. Recorren estas páginas los nombres de Eliot, Munch, Pavese, Machado, Rimbaud, Sharon Olds..., sin que el resultado  sea un alarde culturalista; antes bien, la natural apropiación de una herencia de cultura que se funde  más adelante con el legado amical en varios homenajes a escritores cercanos (Vázquez Montalbán, Dulce Chacón, Diego Jesús Jiménez, Juan Gelman) y que desemboca en la nostalgia de hitos no vividos personalmente (los encuentros de Formentor, en 1959) pero asimilados también como propios en virtud de los derechos del lector, del hombre de literatura.


Este aire de gran puzle de la memoria sentimental, geográfica, social y libresca constituye el gran encanto y la fuerza esencial del libro, que yuxtapone épocas, usos y  personajes y encuentra que la zozobra y las inquietudes y la plenitud son siempre las mismas para todos los seres humanos. Sabedor de ello, «el muchacho ya viejo que amó las periferias / urbanas y mortales, intentando atrapar / la sombra de un poema» tiene para todos una mirada tolerante, una palabra compasiva, sin que en ningún momento los poemas abandonen su fondo intimista y casi confidencial. No son estos poemas sociales: son poemas humanistas. Un aire de gran puzle de la memoria sentimental, geográfica, social y libresca constituye el gran encanto y la fuerza esencial del libro, que yuxtapone épocas, usos y personajes y encuentra que la zozobra y las inquietudes y la plenitud son siempre las mismas para todos los seres humanos En la suma del autorretrato confesional, la crónica colectiva y el ejercicio  memorialístico, lo reflexivo se impone en Fugitiva ciudad a lo elegíaco, pues el pasado es un punto de partida y no solo la patria dela melancolía y la nostalgia («Decir que hemos amado en el origen [...] es decir que amaremos en el tránsito / del siglo XXI»). José Manuel Caballero Bonald ha resaltado en la obra de Rico su «manifiesta proximidad con la historia vivida o que estamos viviendo». Hablamos, por tanto, del presente inmediato, y los poemas de Fugitiva ciudad se esfuerzan en esclarecerlo mirando lúcidamente hacia atrás para seguir mirando hacia adelante. Una poesía  atenta a las vibraciones interiores y sensible al ruido del mundo, y que consigue ser emocionante sin incurrir en énfasis innecesarios.
José Luis Piquero
Publicado en EL CUADERNO. Número 45. Mayo 2013. Oviedo.

sábado, 9 de febrero de 2013

Las esquinas del verano

Por Alejandro López Andrada
 Crítica a Fugitiva ciudad 


 
No hay mejor motivo de inspiración para un poeta que el paso del tiempo. Los mejores poemarios, por regla general, aquellos que no pisará nunca el olvido, fueron concebidos  desde la limpia perspectiva que este asunto esencial ofrece al escritor, por eso seguimos acudiendo a Antonio Machado, a Fray Luis de León, o Jorge Manrique, voces clásicas cuyo mensaje no pasará de moda, porque en el corazón febril del tiempo cabe la luz y, a la vez, la oscuridad. Enlazando con esto, el poemario de Manuel Rico, Fugitiva ciudad, es un tratado de horas agridulces alimentadas por una hermosa luz, la que cubre al poeta que mira al pasado sin rencor porque sabe que en el ayer habitan voces segadas por la barbarie y por el miedo, pero, en cambio, también hay lugares recorridos por un halo emotivo de ternura y honradez.  Si hubiéramos de calificar la obra poética y, también, narrativa, y ensayística,  de Manuel Rico, ante todo diríamos que es limpia y singular. Hay en sus poemarios una hondura extraordinaria que penetra en los recovecos del alma humana y en los ambientes urbanos, o suburbanos, donde se ayuntan la rebeldía y la lucha por la búsqueda de una sociedad más justa, una realidad más noble y habitable, alejada del capitalismo vergonzante que sigue descabezando nuestra historia, convirtiendo el mundo en un vertedero atroz. No queremos decir con esto, de ningún modo, que la obra literaria de Manuel Rico, y aún mucho menos su poesía, se mueva  exclusivamente en torno al parámetro  social, sino que bajo su hermosa arquitectura siempre fluye ese aliento rebelde, heterodoxo, que concede a su obra una pátina agradable donde se abrazan la lucha y el amor. Autor de poemarios extraordinarios como, por ejemplo, La densidad de los espejos (Premio Hispanoamericano Juan Ramón Jiménez 1997) o Donde nunca hubo ángeles (Visor, 2003), y de novelas exactas, memorables, como Trenes en la niebla (Espasa, 2005) Manuel Rico (Madrid, 1952) es uno de los escritores españoles que mejor ha sabido expresar esa cálida e íntima desolación urbana que, en los últimos años de una posguerra agonizante, cubría las ciudades de una pátina plomiza que, no obstante, encerraba un tono tierno y agridulce que aquí en Fugitiva ciudad, Premio Internacional Miguel Hernández, nuevo poemario del autor, es visible en algunas piezas muy logradas, como la titulada El barrio que fue mío, donde destacan  versos como éstos: “Aquí en esta tierra de palabras y dudas/ de tiempos asustados por el límite,/ vuelve lento aquel barrio/ del niño que creíste inamovible y tuyo:/ tiendas de coloniales, fruterías...” (Pág. 64). Y unos versos más adelante, Rico nos muestra cómo el paso del tiempo y el de las máquinas acaban destrozando, deshaciendo ese armónico trozo, humilde y pobre, de una niñez urbana atravesada, en la densa penumbra de la historia, por un corcel de luz, una tierna y galopante claridad que adquiría sentido en la dignidad de la escasez.

Dividido en cinco apartados, o bloques, el poemario es un círculo espléndido de emociones, una rueda gozosa que avanza desde la primera parte, titulada “De los barrios inciertos”, en la que burbujean los murmullos vecinales, las ropas tendidas al sol y el rumor de los tranvías atardeciendo, hasta la última, titulada “Donde agonizan los deseos” (compuesta por un excelente puñado de sonetos), describiendo una órbita, un itinerario sentimental de un profundo calado lírico. Así hallamos poemas de una zozobra existencial que conmueven al mismo tiempo que relajan por el tono humano y cordial que encierran dentro: “...Años de ensoñación y de refugio,/ de nieve tinta en óxido, de cuerdas escondidas/ en portales en sombra donde nunca hubo ángeles, donde sólo/ helados vigilantes aguardaban...” (Pag. 31). A veces, como ocurre en los anteriores versos y en otros muchos de este espléndido poemario, la desolación acaba volviéndose ternura, nostalgia de un tiempo duro, hosco y gris, que, no obstante, reviste de lírica alegría, de brumosa nostalgia, el temblor de la piedad, como ocurre en la pieza dedicada al inolvidable poeta Diego Jesús Jiménez, titulada “Domingo de septiembre”, poema de un tono agridulce, machadiano: “Bajo esos nombres/ respiraba la infancia, el sol dudoso, los broches/ familiares y la más fértil tierra,/ ese lugar del mundo donde siempre estaremos.” (Pág. 36).

Junto a este homenaje, hay otros en el libro también muy significativos dedicados al escritor Vázquez Montalbán y al poeta Juan Gelman, aunque menos emotivos que el homenajea a Diego Jesús. Por otro lado, también aparecen versos de aire más combativo que, sin pretender ajustar cuentas con la historia, sí nos dejan la luz de un rasguño tembloroso en las telas del alma, un pellizco emocionado, libre ya de penumbras, en mitad del corazón: “...en el aire se respira el temblor/ de quienes vivieron poco y sufrieron lo indecible/ junto a los muros de la desvergüenza” (Pág. 33), versos extraídos del poema titulado “Campos de trabajo. Las huellas” (Sierra Norte de Madrid). Finalmente, el lector, aunque parezca paradójico, siente un suave calor mientras deambula entre los versos de este libro que evoca el frío de la posguerra, pero que, sin embargo, gracias a la magia de su autor, nos sitúa junto a las esquinas de un verano infinito y azul, ubicado en los barrios periféricos de una ciudad fugitiva que es de todos, pues evoca la infancia feliz de los humildes, aquellos que vimos el temblor de la posguerra sentarse en las grietas de nuestra incertidumbre, entre los desconchones de nuestro corazón.
Fugitiva ciudad / Manuel Rico. Edita: Hiperión. Madrid, 2012.
Publicada en Cuadernos del Sur DIARIO CÓRDOBA  Sábado, 9 de febrero del 2013

domingo, 6 de enero de 2013

"Tiempos de memoria"

Por José Ángel Cilleruelo

Crítica a Fugitiva ciudad, de Manuel Rico / Hiperion. Madrid, 2012
  
Calle de Frankfurt, una de las urbes de Fugitiva ciudad
Una vez más, incluso con algún matiz desconocido, un nuevo libro de Manuel Rico contribuye a deslindar, a contracorriente, los rasgos temáticos que constituyen un universo personal de las marcas de género literario que le acompañan. Esta tradición esencialmente literaria, que sitúa el género en un lugar secundario, prevaleció en el arranque de la modernidad literaria hispánica —Bécquer, Unamuno, Valle Inclán o Lorca—, con un feraz cultivo simultáneo de diversos géneros, pero se ha ido diluyendo en distintas tradiciones —la poética, la narrativa o la dramática— que cada día cavan zanjas de desconocimiento más hondas unas hacia las otras. La obra de Manuel Rico solo puede leerse, en su conjunto, como una heredera privilegiada de aquella tradición literaria en la que el escritor anhelaba crear un mundo y un estilo para conjugarlo en todas las formas literarias existentes. Que hoy tantos escritores aspiren a escribir exclusivamente en clave de novela tal vez sea una más de las muchas pérdidas que la literatura padece.
Hay, pues, en Fugitiva ciudad (Hiperión, Madrid, 2012) el mismo paisaje que comparten sus novelas y poemas, a veces con nombre propio —Ciudad Lineal o la Sierra Norte de Madrid—, otras con sus genéricos —las afueras, la periferia—, el retrato de la misma época —los años cincuenta, sesenta, setenta… hasta el presente— e idénticos motivos recurrentes, al mismo tiempo poéticos y narrativos, que alcanzan en Rico ya el valor de símbolos: la tarde de los domingos, el invierno, la madre, la bufanda o los pantalones de pana, el amor torpe y la huelga de tranvías. Uno de los puntales que sostienen este consolidado universo literario —narrativo, poético, pero también reflexivo, si uno observa los autores y temas sobre los que ha preferido hablar como crítico literario— es la memoria, que en su caso entrevera siempre lo colectivo, lo generacional y lo personal. Sin duda es el tema dominante en todas sus obras, pero en cada una de ellas se presenta de una manera peculiar. Si algunos títulos poéticos anteriores habían tratado de ensanchar la memoria generacional, como Donde nunca hubo ángeles (2003), el presente Fugitiva ciudad busca interpretar la memoria como una melodía. Al igual que un compositor escribe su sinfonía con diferentes movimientos donde combina tempo y carácter, se podría decir, de una forma connotativa, que también Rico escribe sobre los mismos motivos, pero en diferentes tempos.
 
El libro empieza como acostumbra —en un poema preludio—, con el halo simbólico de sus libros anteriores (“El viento se deshace / en la orfandad sin tiempo que vive el sustantivo”), e inmediatamente la primera sección —“De los barrios inciertos”— arranca en un tempo andante que reúne los motivos esenciales de su memoria (los domingos, el invierno, la periferia…) ordenados en relación a un contrapunto: la llegada del siglo xxi. Alguna vez como lejano horizonte que ajustaba el presente (“en la era / de todos los octubres, era el veintiuno / un siglo imposible”), las más como un nuevo motivo de un viejo tema de Rico, el paso del tiempo: “sabes que el siglo / tiembla en ellos [los jóvenes]” o “amigos cincuentones en este siglo raro”.
La segunda parte, “Días en ti con música de fondo”, con similares motivos se presenta como una pieza casi musical. Un perfecto adagio. Un segundo movimiento, breve, lento, concentrado, donde los motivos se desgranan con una poeticidad que transforma los rasgos narrativos de una época en emoción pura. Así evoca, por ejemplo, el tiempo de las reuniones políticas, literarias, civiles: “La voz bebida, la voz acariciada, la voz / llorada. / El ronco terciopelo / de aquellas noches / que nunca terminaba, o el pronombre nosotros / y la niebla y el frío y los bolsillos / vacíos…”. Una escena que Rico ha escrito en multitud de ocasiones, ahora interpretada en un tempo diferente, casi un adagio.
“Más allá de las patrias”, tercera parte, que bien podría lucir la mención de allegro, encierra la variante temática del libro, que se podría enunciar así: la función de la memoria no se agota en su valor retrospectivo de comprensión de la historia —colectiva, generacional o personal—, sino que es una herramienta indispensable  para la comprensión del tiempo presente y futuro, y también del espacio recién conocido, ajeno a la propia memoria. Manuel Rico lo expresa con mayor precisión y menos palabras en dos versos de estremecedora lucidez: “La certeza futura anida / en las verdades de la memoria”. Toda esta sección escenifica el proceso por el cual la memoria se convierte en el alfabeto que deletrea las realidades recién conocidas. Así, por ejemplo, el poema “Praderas imposibles” parte de una visión genérica de una urbe moderna contemplada en papel cuché: “dentro de las ciudades hechas fotografía / en lujosos volúmenes de venta limitada”. Inmediatamente la imagen desconocida apela a la memoria del sujeto, cuyo imaginario no se hace esperar: “Viven allí las costureras residuales…” y a partir de esta estampa de su tiempo se comprende también lo invisible en el tiempo desconocido.
La cuarta parte, “Formentor, medio siglo, 1959-2009”, comparte con la tercera la voluntad de ofrecer otra variante temática, aunque ahora con un ritmo más lento, acaso un larghetto. Se cuestiona esta sección la existencia de una memoria asimilada e interiorizada, aunque ajena a la experiencia, incluso por razones cronológicas. Se trata de la memoria cultural, aquella que convierte en vividos momentos para los que se nació tarde. Es esta una reflexión poética que está, por cierto, en el epicentro de su generación. El libro se cierra con el tempo agitado, un presto, de los encabalgamientos y las rimas de una pequeña colección de sonetos clásicos, donde Rico conjuga sus motivos habituales en una forma inédita en su obra, ahormada siempre en el verso libre y blanco.

Fugitiva ciudad / Manuel Rico / Madrid, Hiperión, 2012

En revista NAYAGUA / Enero de 2013 / Número 18 Especial