miércoles, 12 de junio de 2013

Palabras no pixeladas

Por Marta Sanz



En la época del hambre y los i-phones, de una generación maravillosa y golpeada, Manuel Rico persiste en la memoria y en la propia persistencia. En un proyecto poético que es igual que siempre y completamente distinto. Persistencia y perseverancia son formas de la repetición, y la repetición es metáfora de una muerte que se hace tangible en el aire elegíaco de los versos sobre la madre, Diego Jesús Jiménez, Vázquez Montalbán, los desaparecidos de Gelman. Hay, en este poemario, un tono que no renuncia al futuro pero que nos avisa de que, más allá de la perpetuación en hijos, libros y árboles, nos acercamos a una edad en que nos vamos quedando solos. Tal vez es que la literatura es casi siempre triste. Que la ilusión mejor construida es la que desilusiona. Que la locura o la ignorancia, como decía Erasmo, es el único estado compatible con una felicidad compuesta de pequeñísimos fragmentos que siempre se disfrutan retrospectivamente. Repetición y reincidencia son erosiones, modos de gastarse en el reflejo del reflejo. Sin embargo, algunas metáforas significan una cosa y su antónimo, y la repetición –el silencio también- adquiere sentido cuando la realidad, sobre la que se proyecta y donde se construye, no ha cambiado pese al simulacro de metamorfosis que resulta del paso del tiempo. El fantasma aparece porque aún necesita vengarse. Rico resiste en su universo metafórico –descampado, orfandad, memoria- constatando la pertinencia de discursos que aún no han sido oídos.

En Fugitiva ciudad, ese discurso se dibuja con música: en sus excelentes sonetos se concibe la poesía como palabra manchada que es a la vez una luz que nunca ofende. Cuando escribimos un soneto siempre se nos cubre de polvo enamorado, quizá por esa razón estos poemas son viaje en el tiempo y superposición de espacios en la transparencia: las ciudades habitan dentro ciudades a las que se accede por el ojo de una aguja o a través del terraplén de la madriguera de Alicia. La lírica y la ciencia-ficción se combinan con vocación moral. Los lugares y tiempos de Fugitiva ciudad nunca volverán a ser los mismos y, sin embargo, se repiten: los versos expresan lo intangible de esas repeticiones, nuestra dificultad para aprender de la Historia, el movimiento indetectable y la permanencia como señal de ceniza y escritura. Cómo nos impregna la memoria de lo que no hemos vivido, y cómo la no-experiencia pasa a formar parte de nosotros. La palabra de Rico también absorbe una concepción erótica del vivir: el amor es metonimia porque precisa de imágenes que solidifiquen el estado gaseoso y los espíritus que saliendo de una pupila se incrustan en otra. La poesía se hace imprescindible para no olvidar el amor, para dotar al amor de un cuerpo que nos permita verlo y tocarlo más allá de los dolores del platonismo, la represión o la higiene. El amor es pelo, voz, bufanda. Y cada metonimia un fetiche. Escribe Rico “Veo la voz en la bufanda…”, entonces, el amor es sinestesia, teoría del conocimiento.

Rincón de la ciudad de Madrid. Barrio de Carabanchel
Al margen de la idea de que los textos viven dentro de los textos como “las ciudades viven dentro de las ciudades”, de modo que la poesía es una gran conurbación, la colonización permanente de un territorio lábil, en Fugitiva ciudad Rico muestra que la poesía civil no es acta notarial o lista de la compra. En hipermercados, ceniceros y pantalones de pana, Rico encuentra el reverso lírico de lo pequeño: una poesía meditativa que le debe más a la actualidad que a lo metafísico, al Euribor que a Dios. Rico cuestiona la bruma, como puntal del metarrelato posmoderno, despojándola de sus connotaciones melancólicas: la bruma encarna la ceguera y la militancia elegiaca, las reflexiones frente a la tumba de Gramsci, revierten en vindicación de todo lo que sigue siendo urgente. Este proyecto intensifica la condición analógica de un poeta que habita el campo semántico del pensamiento crítico: globalidad, conciencia del mundo, abstracciones e irrenunciables utopías. Manuel Rico, valientemente, persiste. Sus palabras no están pixeladas: son nítidas y, en su lucidez, dañan y estimulan en la misma proporción.  MARTA SANZ

Publicada en Clarín.  Enero-febrero de 2013. Número 103. Oviedo, 2013