miércoles, 9 de octubre de 2013

Manuel Rico retiene con fuerza la memoria en su "Fugitiva ciudad". Por Miguel Veyrat

La certeza futura anida
en las verdades de la memoria
M. Rico
Ayer mismo tomaba yo unas notas en mi cuaderno de poeta. Por ejemplo escribía: “Yo vivo en la lengua, hablo con la vida misma. Y hablo porque la vida no me basta”. Pensé en un primer impulso convertirlas en la apertura de un poema por escribir; pero ya tenía en mente y sobre mi escritorio el último libro de poesía publicado por Manuel Rico, Fugitiva ciudad (1) y él debía ser su primer destinatario. Porque también pensé que el mejor psicoanalista no lograría jamás establecer con exactitud cómo se dan los millones de asociaciones por nanosegundo que se ejecutan en las neuronas de un escritor… hasta hallar las palabras exactas que detallen causas y conclusiones de su propia vida en la sublimación escrita que se propone extender. Es más, creo que Manuel Rico (2) vive permanentemente en el lenguaje literario e ideológico y lo usa como elixir vital porque la propia vida no le basta, a pesar del amor por ella que derrama constantemente. Es uno de esos hombres de letras imprescindibles que providencialmente da una generación: Narrador de éxito en todos los géneros —a los que acaba de agregar el dietarismo resucitado por la moda editorial; poeta, periodista, militante político y social, diputado electo, crítico literario, agente cultural y director de una de las más prestigiosas y limpias colecciones de poesía en esta España de literatura vendida permanentemente al mejor postor.

Tumba de Antonio Gramsci, en Roma, motivo de uno de los poemas
de Fugitiva ciudad
 
Es pues éste un libro escrito por Manuel Riconel mezzo del cammin” de una vida vivida con plenitud sobre la práctica del lenguaje literario; más dantesco que machadiano, pues en su escritura no se cierran las estelas que abre su propia su propia quilla al dejar atrás la singladura—personal y colectiva— ya cumplida, para contemplarla meramente desde el acantilado al que llega en este libro; intenta por el contrario, desde lo alto, un descenso a los infiernos atisbados entre la monotonía del tiempo reseco del franquismo aliviado por los estiajes de una militancia clandestina. Es un libro que servirá para apoyar datos en su paradigma correlativo a los micro-historiadores que desde hace apenas medio siglo incorporan los hechos y emociones cotidianas narradas por poemas, novelas y periódicos. Mas para empuñar el gobernalle de un nuevo impulso en busca del sentido de su vida futura en lo desconocido, se apoya firmemente en un pecho amigo largamente estudiado y estrechado: aquel Manuel Vázquez Montalbán que comenzó a levantar, junto con algunos otros pocos, el borde de la manta que encubría nuestra miseria de españoles secuestrados. Y así, la primera parte del libro, en “los barrios inciertos”, se encomienda al gran poeta, periodista y militante antifascista que fue Vázquez Montalbán en sustancioso epígrafe tomado precisamente del libro de 1997 titulado Ciudad:

Pero sólo serás libre al llegar a Memoria
la ciudad donde habita tu único destino
el frío aguarda más allá de las patrias
más allá de los nombres conocidos.

Para avanzar, nunca olvidar lo cierto, sus verdades: esa patria que jamás engaña. Servirá pues para el empeño el sobrevuelo sobre lo “fugitivo” del recuerdo en la ciudad habitada antaño para conocer las ansias y escenarios de aquellos hijos de los perdedores de la guerra civil, que creyeron en la farsa de la sucesión ordenada al franquismo y cuyas cloacas comienzan a aflorar en nuestros días. Manuel Rico, para intuir cuál será a partir de ahora su destino viaja por las calles de su aprendizaje en el sentido del “efecto mariposa”; así se acerca a lo global de las ciudades y sucesos míticos que le marcaron desde el diminuto punto de partida del barrio donde nació y vivió como niño, adolescente y ahora adulto: el muchacho ya viejo que amó las periferias/ urbanas y mortales, intentando atrapar/ la sombra de un poema.

Un Madrid que se extiende y encoge alternativamente en el recorrido sentimental donde “Memoria” le lleva a los escenarios más íntimos de su estado de crisálida, como el humilde cuarto de una casa de citas  donde la carne se le encoge en el recuerdo de una breves bragas aún temblando de carne nueva… o en los domingos de una periferia pequeño burguesa y aburrida, tanto como “un día no laborable en el polígono industrial”, los ecos del Bukowvsky recién leído por el “huidizo muchacho”, los recorridos en trenes de cercanías con “el corazón desamueblado”, el entierro de un entrañable amigo o la soledad que atrapa el pecho a la cabecera de la madre muerta. Establecido ya el escenario para dar respuesta adecuada a los citados versos de quien hará el papel de Virgilio en tal viaje; tras conjurar el peligro del olvido —(…) El viento se deshace/ en la orfandad sin viento que vive el sustantivo,/ en el lugar nombrado o en la tierra/ de lo innombrable, de lo deshecho o roto, de lo humillado—, el poeta comienza precisamente su libro con esta evocación: 

Era en la nebulosa de las calles
de una ciudad tendida,
como ropa al sol, tras la ventana abierta
al resplandor del miedo. (…)

Y las páginas van abriendo en pleamares la lenta progresión de la vida de un hombre que ya se siente con la capacidad de poner sobre la mesa sus actos y contemplarlos con voluntad analítica, siempre en la inabarcable duda acerca de adónde le llevará el futuro; quizás allá mismo Donde agonizan los deseos, como en la confesión que cierra las guardas. Entre la decepción reflexiva de la colección de poemas también sabremos de otras ciudades que afincaron la realidad histórica en su frente, fijando lo fugitivo del pasado en la lenta progresión de sus certezas ideológicas,  en la conciencia crítica y madura: los años de plomo que se replican en Roma musitando acaso los versos de Pasolini rescatados de “Memoria” ante la tumba de Gramsci, aquél que iluminaba/ ciudades sin escoria en los “Cuadernos/ de la cárcel” (…) ; en la cena en Frankfurt con Juan Gelman, por la risa compartida “contra la incertidumbre de una Europa cobarde” y que el autor aprovecha para el recuento de los amores que también marcaron su quehacer literario, Gabo, Blas de Otero, Haroldo Conti con los que recupera el Silencio de pana y de ternuras/ de divisorias rotas, de fronteras/ que se deshacen/ al comprobar con sereno desengaño que sus propios fantasmas, sus demonios, sus terrores pequeños de “viajero que huye” para no volver en el aroma del viejo tango, no fueron patrimonio  exclusivo de su ciudad fugitiva; que el fermento de la nostalgia se halla siempre bajo los adoquines de cualquiera de las ciudades visitadas donde yace siempre contrariado por la Historia el espíritu  de toda primavera política y social —como aquel mítico ‘68 que su generación no pudo cumplimentar.
 
Capítulo esencial de esta elegía distribuida en poemas de diversa factura —que alcanza incluso arquitectura y metro de soneto en las páginas finales—, y que merece ser resaltado junto al recorrido por las pasiones con más calor guardadas como música y pintura, será el tributo que rinde Manuel Rico a la amistad, una de sus virtudes humanas esenciales. Ellos, sus amigos como el ya citado Manolo Vázquez Montalbán, Dulce Chacón o Diego Jesús Jiménez, aportan  en los versos que les dedica el complemento emocional indispensable para apuntalar “las verdades de la memoria” sobre las que ha reconstruido su trayectoria existencial de “Homo Viator” —como lo hubiese llamado aquel Gabriel Marcel conciliador entre el sentido de los dos itinerarios posibles para el Ser que trazaron  Sartre y Heidegger. Entre la Nada y el Tiempo, Manuel Rico decide final y humildemente  su propio camino: Clausura por de pronto el presente tramo de calzada con una reflexión que es “Herma”, al tiempo que  mojón poético  respirando exacto en sus vestiduras clásicas:

No revela el poema necedades
sino rastros de una verdad antigua.
Cruza puertas y muros, atestigua
temblores del idioma, salvedades.

Que olvidamos a veces, las edades
que cruzamos a ciegas o la exigua
señal del tiempo roto: así es de ambigua
la lengua entre los versos. Las verdades

en el miedo se esciben o en el gozo.
Son realidad y vida, no poema.
Este miente y araña y así enciende

El núcleo de la nida, el turbio esbozo
de los sueños ajados, el emblema
de lo extraño, la luz que nunca ofende.

(1) Fugitiva ciudad. Premio Internacional de poesía Miguel Hernández. Hiperión. Madrid, 2012

 Publicado en Ojos de papel el 10 de noviembre de 2012

 

domingo, 6 de octubre de 2013

"Los sótanos de la ciudad". Por Rafael Suárez Plácido.

Crítica a Fugitiva ciudad.

Cuando hablamos de conocer una ciudad, nos estamos refiriendo a su casco antiguo o, a lo sumo a un barrio concreto, reconocido o reconocible por algo. Pocas veces caemos en la cuenta que las ciudades que vemos no son sino la parte visible de un iceberg, que oculta mucho más de lo que nos ofrece. En la portada de este libro, hay un dibujo de una línea de horizonte, o del cielo, de cualquier ciudad moderna actual y de un espacio por abajo, que podría simbolizar todo aquello que no se ve fácilmente, ni con una visita. A veces, la forma de reconocerlo es haber pasado un tiempo allí, otras veces, haber leído una obra que tenga sus raíces en esa misma ciudad y el momento de confirmar eso que se ha leído, ese sí, ha de ser una visita –al menos una visita- a la ciudad. El autor del dibujo es José Manuel Rico, una de las dos personas a quienes está dedicado este poemario de Manuel Rico. ¿Quién es Manuel Rico? Es muchas cosas (poeta, narrador, editor, crítico…) pero para mí, además de todo ello, es el editor de la Poesía Completa de Manuel Vázquez Montalbán, uno de mis poetas y prosistas favoritos de la literatura española de la segunda mitad del siglo pasado, que también fue muchas cosas y que, quizás por ello, vio como su poesía –sin duda, parte esencial de su obra- quedaba en un discretísimo segundo plano, quizás también como la parte oculta, mucho mayor que la visible, del iceberg de la portada. También Vázquez Montalbán escribió un poemario titulado Ciudad y con unos versos suyos inicia Manuel Rico la primera parte de este poemario. Son cuatro versos, pero en los dos primeros adivino buena parte del significado de este libro: “pero sólo serás libre al llegar a Memoria / la ciudad donde habita tu único destino”. Memoria y ciudad. Memoria y Fugitiva ciudad: Memoria también fugitiva. No se trata de una ciudad con sus calles más céntricas ni monumentos más conocidos, aunque en muchos de estos poemas se reflejen las calles del Madrid natal, especialmente en la primera parte, o de la Barcelona donde se conocieron otras experiencias posteriores. La ciudad fugitiva es una serie de ciudades en las que se han recordado libros o versos o autores que han ido creando la figura del lector que es la base de todas las figuras posteriores. Pero vayamos por partes.

Grafiti en un solar del barrio de Carabanchel
El gran tema del libro es la Memoria. El autor desea transmitir a la generación que sigue a la suya, la generación de sus hijos, su Memoria personal, una especie de Crónica sentimental. Para ello va a utilizar la Poesía. Y considera, acertadamente en mi opinión, que para entender todo lo vivido cabalmente hay que remontarse al 39. La idea del fugitivo, el viajero que huye o que trata de huir del viento frío que le persigue a todas partes, porque incluso forma parte de él mismo, está asociado a Walter Benjamin, que aparece en el primer poema, “Casi un preludio”, en el que ya encontramos al Manuel Rico que se alinea con los perdedores, con los que siempre salieron derrotados al exilio o incluso a la muerte: “… El viento / de la orfandad de Benjamin y el viento del exilio, / de nocturnos de hollín en la Francia del sur/ del año 39”. La “Francia del sur del año 39” fue –no lo olvidemos- la España del norte que recién salía de esa guerra fraticida y que iba a marcar para muchos el inicio de esa generaciones de españoles perdedores en todas las batallas. Fue la misma España que acabó con el sueño de la libertad de Benjamin, que falleció en condiciones nunca suficientemente aclaradas en un pueblito del Pirineo, cuyo nombre quedará unido para siempre al final de la vida y de la libertad, convirtiéndose en un símbolo que íbamos a llevar tatuado en la piel y que aún llevaremos, mientras habitemos los pasajes de la memoria, quién sabe cuánto tiempo.

El libro está dividido en cinco partes que están ordenadas cronológicamente. De ellas, la primera, “De los barrios inciertos” y la tercera “Más allá de las patrias”, tienen en común que sus poemas llevan título y parece que forman parte de un proyecto de obra común, el de esa “fugitiva ciudad” del título, más en la primera parte que en la tercera. Pensemos que es Madrid o Barcelona, pero también Roma, Berlín, Viena o Frankfurt. Esa ciudad-iceberg que navega a la deriva por aguas casi siempre heladas al destino que ya todos conocemos. Son poemas que están impregnados de lo social y que siempre hacen referencia a un hecho o a una historia marcada por la derrota. No se trata sólo de la cara más conocida de esas ciudades, al contrario, nos movemos por polígonos industriales, barrios periféricos, bares del miedo, trenes de cercanías o hipermercados.


“De los barrios inciertos” trata de sus padres, de la infancia y de los primeros años de formación que llegaron con las inolvidables primeras lecturas, poesía y ensayo, Sharon Olds, T. S. Eliot, A. Gramsci y C. Pavese. En la segunda parte, “Días en ti con música de fondo” asistimos a un libro nuevo, en el que el protagonista es el descubrimiento del amor y el escenario, Barcelona. Son versos de amor y de batalla, que presagian esa otra batalla que trata de conseguir la dignidad para los suyos, para sí mismo. Y de eso trata la tercera parte del libro, “Más allá de las patrias”, donde se consolidan esos primeros esbozos de juventud, donde el poeta maduro reconoce con sus propios ojos el mundo, más poesía, más luchas desiguales, a más perdedores y consolida su formación como escritor, llegando hasta los años inmediatamente anteriores a los que vivimos, de los que se trata en la quinta parte, una serie de sonetos a la manera del Blas de Otero de Ángel fieramente humano, sobre el presente sin la carga de espiritualidad que nos ofrecía también el gran poeta vasco.

El poema “Nebulosa”, que inicia la primera de esas partes, ya nos va aclarando cuáles van a ser los rasgos más destacados del libro: formalmente, el uso del encabalgamiento, a veces, abrupto; la adjetivación sonora y, muy especialmente, las enumeraciones (sustantivos, adjetivos, oraciones subordinadas, verbos). Muchos de los poemas son enumeraciones, a veces caóticas, pero normalmente ordenadas in crescendo a partir de las que va tomando forma la historia, porque siempre hay una historia detrás. No es difícil reconocer las lecturas asimiladas del omnipresente Vázquez Montalbán, gran poeta español de la Ciudad y la Memoria, y también con esa adjetivación tan rica, que también encontramos en la otra gran influencia, Jaime Gil de Biedma, a quien cita al empezar la cuarta parte del libro: “Formentor, medio siglo. 1959-2009”, un homenaje a lo que supuso una puesta al día en la poesía española, la primera que se produjo desde la generación del 27, en esa generación del 50 que tomó la bandera de la poesía social. Del mismo modo, van asomando otras influencias a las que va citando, la mayoría de ellos poetas. Y los cita porque la literatura forma parte de la vida de Manuel Rico. Muchas veces la literatura es la vida y el poeta quiere dejar constancia de ello. Ya hemos citado a Walter Benjamin, que para muchos es poeta antes que pensador. Pero también cita a Handke, a Vicente Gaos, a Antonio Machado; y a algunos amigos como Gelman, Diego Jesús Jiménez y Dulce Chacón. Casi todos ellos han sido, algunos son aún, de esa raza de los que nunca ganaron nada más que lo que fueron capaces de escribir, a veces, con su propia sangre. de los que sólo ganaron un lugar en nuestra memoria. Es posible que esa línea más social de la poesía española del siglo XX: Antonio Machado, Blas de Otero, Gil de Biedma y Vázquez Montalbán tenga su continuidad en poetas como Manuel Rico que en esta Fugitiva ciudad plantea con éxito el proyecto de poesía total, poesía de la Memoria.

Publicada en el blog "El describrimiento del Bósforo", de Rafael Suárez Plácido.


jueves, 3 de octubre de 2013

Sobre "Fugitiva ciudad", por Juan Carlos Ortega

Reseña sobre Fugitiva ciudad
 
Madrid es esa ciudad fugitiva, ciudad del presente del poeta, ciudad del siglo XXI, ciudad para jóvenes que hierven de sueños y promesas y ciudad de viejos temerosos de muerte y existencia, de mujeres con bolsas rebosando lechugas y hombres firmando una quiniela o jugando en su móvil, ciudad de cines donde pasan películas de Bergman y de exposiciones de Evard Munch, ciudad de bares, de tiendas de todo a cien, de Mc Donalds donde los amantes furtivos se encuentran y buscan el paraíso de una felicidad transitoria, ciudad de sábados en el hipermercado y domingos fríos de invierno leyendo poemas que ofrecen recetas para engañar al tiempo.

El poeta pertenece a su ciudad. “Soy de la plaza / de España”. “Soy / de una plaza cualquiera de una ciudad sin nombre / donde a veces se odia tanto como se ama”. Aunque esta ciudad está hecha de muchas ciudades: Berlín, Frankfurt, Roma, Bagdad, Viena, Barcelona. En todas ellas se respiran las mismas soledades, las mismas quimeras.

Pero no son solo las imágenes coloridas del presente las que el poeta atrapa en la sombra de sus poemas. La memoria del poeta también nos traslada al Madrid de los años 50, a un lugar de miseria y supervivencia, de miedo y derrota, una infancia de madres mudas y padres aterrados. Tiempos de zozobras e impotencia, donde los derrotados buscan refugio en los “bares del miedo” de la alargada estirpe de aquellos que vencieron. La memoria es, de hecho, uno de los ejes vertebradores de este libro y también una de las constantes de toda la poesía de Manuel Rico.

Fugitiva ciudad. Manuel RicoEn el poema titulado “Momentos de Viena en 2005” el poeta habla de la “desmemoria”. Viena es una ciudad donde el presente luminoso, apacible, pulcro, parece haber olvidado la Historia, los trenes del terror, el llanto, el miedo, el silencio. Igualmente en el poema titulado “Campos de trabajo. Las huellas (Sierra Norte de Madrid)” el poeta nos habla de la sierra de sus veraneos, donde asoman monumentos, junto a pueblos que el terror enmudeció. En ellos pervive “la asustada memoria de los que vivieron poco y sufrieron lo indecible / junto a los muros de la desvergüenza”.

La España turbia de los años 50 y un pasado menos lejano se entremezclan en “Tarde de guerra en Irak”. El poeta camina con su hijo a la sombra del edificio Reina Sofía, donde la gente clama por la paz, lo que le lleva a rememorar al niño que fue y la huella de sufrimiento que dejaron en él aquellos “tiempos infames”, porque “Mas allá de las patrias” aguardan los mismos muertos, los mismos huérfanos, las mismas soledades, los mismos abismos.
 
En otros poemas aparece también la añoranza de aquellos tiempos de adolescencia y juventud incandescente, tiempos de ensoñación y fantasía, de pitillos robados, de futbolines, de cines de sesión doble, de amores primerizos, de cremalleras torpes y manos inexpertas, de muchachas que debían regresar a casa antes de las diez, “de bolsillos / vacíos de monedas y repletos de vida”. Una vida irrepetible en aquel barrio de la periferia que le vio crecer.

En el hermosísimo poema “El barrio que fue mío” el poeta evoca su antiguo barrio. Aunque la gente diga que ya no existe, que “máquinas sin memoria hicieron de él escombros”, no es cierto. El barrio de su niñez y su juventud sigue existiendo en el poema. Vive, por supuesto, en su memoria.

También a su memoria acuden los amigos entrañables del pasado. En “Recuerdo del poeta. El primer encuentro” el poeta rememora al amigo y compañero de sueños y oficio, Manuel Vázquez Montalbán. La noticia de su muerte en Bangkok, recibida “como un baldón de fiebre”, le trae a la memoria su primer encuentro en el hotel Palace de Barcelona, las historias compartidas y los lazos que les unieron para siempre.

En “Cena en Frankfurt” nos habla de su cena con el también poeta Juan Gelman, la charla sobre sus demonios, sus fantasmas, sus temores, los amigos comunes, Gabo, Blas de Otero… Y entre risas y cervezas, el poeta “gelmanea”. Maravilloso vocablo.

Y es que el léxico de Fugitiva ciudad es fértil y al tiempo familiar, sencillo, próximo. Estamos ante un libro que ética y estéticamente resulta emocionante. Un libro que aspira a la cercanía, sin renunciar a una forma trabajada, cuidada y, ciertamente, brillante.

                                                   EL BARRIO QUE FUE MÍO

                                                   Hay una luz seca y sombría
                                                   temblando en las esquinas del verano
                                                   del barrio que ahora evocas.
                                                   Dicen que ya no existe: mienten.

                                                  Que es tierra silenciada y que es vacío: mienten.

                                                   Fue lateral ciudad a medias, turbia
                                                   lonja del desamor y, a veces,
                                                   del desacierto y de la no esperanza,
                                                   de la flor rota y de los entusiasmos,
                                                   del párpado quemado y de la voz más limpia.

                                                   Existe aquí, se crea y vive con la letra
                                                   que atañe al corazón y a veces lo equivoca.
                                                   Aquí crecen las calles amigas de la sombra
                                                   y de la luz de agosto.

                                                   Aquí, en esta tierra de palabras y dudas,
                                                   de tiempos asustados por el límite,
                                                   vuelve, lento, aquel barrio
                                                   del niño que creíste inamovible y tuyo:
                                                   tiendas de coloniales, fruterías,
                                                   el viejo estanco y el lugar del vino
                                                   y los alcoholes, tu primer deseo
                                                   y tu ilusión penúltima.

                                                   Dicen que una tarde de octubre
                                                   máquinas sin memoria hicieron de él escombros,
                                                   lo dejaron sin luz y sin sentido.
                                                   Mienten: vive aquí, en estos signos
                                                   que lo sueñan y encienden
                                                   sin que nadie te vea.

Publicado en la revista digital TRAVELARTE el 18 de noviembre de 2012