miércoles, 6 de noviembre de 2013

Crítica a "Fugitiva ciudad", por Elena Felíu Arquiola

El último libro de poemas de Manuel Rico, ganador del Premio Inter­nacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana 2012, continúa la senda iniciada por este autor en poemarios anteriores, aun­que presenta también nuevas perspectivas que lo dotan de singularidad respecto de obras previas. Entre los aspectos que los lectores habitua­les de Manuel Rico reconocerán en Fugitiva ciudad destacan, por ejem­plo, el tono reflexivo, el decir sosegado y la mirada serena. También encontrarán la presencia reiterada de imágenes que se aproximan a lo simbólico: si los trenes, vagones y estaciones, así como los momentos crepusculares, recorrían las páginas de De viejas estaciones invernales, en el caso del libro que ahora nos ocupa es la ciudad la imagen simbólica que se repite. Se trata de una ciudad compuesta de muchas simultá­neamente —menciones a Madrid, Barcelona, Viena, Roma o Frankfurt, entre otros enclaves urbanos, surgen aquí y allá a lo largo del libro—, que podría representar no ya una dimensión espacial sino, como suele ser habitual en la poesía de Manuel Rico, una dimensión temporal: el tiempo pasado, la memoria individual y colectiva, la historia personal y social. Y es precisamente la sabia combinación de estas dos dimensiones —la íntima y la colectiva— lo que singulariza este libro en relación con otros precedentes, en los que quizá la mirada del poeta, sin olvidar nun­ca el entorno, se centraba sobre todo en la realidad personal e interior, en la memoria de un solo individuo.

Fugitiva ciudad se estructura en cinco partes de extensión desigual, precedidas de un poema titulado «Casi un preludio»: «De los barrios inciertos» (17 poemas); «Días en ti con música de fondo» (11 poe­mas); «Más allá de las patrias» (17 poemas); «Formentor, medio siglo. 1959-2009» (3 poemas); «Donde agonizan los deseos» (5 poemas). Las secciones primera y tercera, las más extensas, combinan recuerdos in­dividuales (la infancia, la adolescencia, la orfandad en la madurez, la pérdida de algunos amigos como Diego Jesús Jiménez, Dulce Chacón o Manuel Vázquez Montalbán, el encuentro con Juan Gelman) con acon­tecimientos históricos (la caída del muro de Berlín, la guerra de Irak) o sus vestigios (campos de trabajo en la Sierra de Madrid). Entre ellas, se extiende una segunda sección en la que la memoria ni es solo individual ni es plenamente colectiva, sino compartida con otra persona, la mujer amada. En la cuarta sección se recuerdan las Jornadas Poéticas de For­mentor de 1959 y la celebración de su cincuentenario en 2009, mientras que la quinta está compuesta por cinco sonetos, el último de los cuales da algunas de las claves del poemario (así, el poema atestigua «[...] las edades / que cruzamos a ciegas o la exigua / señal de un tiempo roto»).

Varios son los mecanismos que dotan a Fugitiva ciudad de cohesión interna. Además de la ya mencionada combinación de lo íntimo y lo colectivo o del tono reflexivo, casi elegiaco, que impregna las distintas composiciones, cabría señalar la imagen del extrarradio como símbolo de los márgenes de la vida-ciudad («en los bloques que dan al descam­pado»; «crecen en las afueras / donde antaño lo hicieron vertederos y cardos»; «Era en la nebulosa de los barios inciertos / de todas las ciu­dades donde vivió la infancia»; «las marquesinas últimas de las para­das últimas / de aquellos autobuses de las horas finales»; «inquilinos forzosos de los barrios extremos»; «las últimas calles / de una ciudad soñada»; «un noviazgo crecido en el suburbio»; «el muchacho ya viejo / que amó las periferias / urbanas y mortales», etc.) Igualmente destaca la constante mención de coordenadas temporales que van surgiendo en los distintos poemas sin orden cronológico (años 50, 2008, 1989, 2005, 1998, 2009, 2003, 1975, 2006, 1976, etc.), como reflejo de la —solo apa­rentemente— caótica y caprichosa actividad de la memoria.

Aunque pudiera resultar paradójico, queremos terminar esta rese­ña con la dedicatoria que figura al inicio de Fugitiva ciudad: «A Malva y José Manuel, mis hijos. A su generación maravillosa y golpeada», pues creemos que en ella Manuel Rico ha sabido enlazar con precisión y hon­da ternura los dos ejes —individual y social, íntimo y colectivo— sobre los que gira su libro, sobre los que rota simultáneamente manteniendo con maestría el equilibrio entre ambos.

Publicado en Revista PARAÍSO. Número 9. Año 2013. Págs. 140-141. Octubre de 2013. Jaén.