martes, 2 de diciembre de 2014

Una crítica de 2008 a "Espejo y tinta", de J. Ernesto Ayala-Dip


Espejo y tinta es un libro extraño en mi bibliografía narrativa. Dos nouvelles que publicó Bruguera en su último tramo de vida editorial (en el otoño de 2008) y que tuvo un excelente tratamiento crítico. Se ocuparon del libro, entre otros, J. Ernesto Ayala-Dip, en Babelia/El País, y José María Pozuelo Yvancos, de ABC. Recupero la de Ayala-Dip: precisa y sin circunloquios. 



No hay una teoría unánime  sobre qué es exactamente un cuento largo o nouvelle. O qué los acerca a unanovela corta. Hay más acuerdo sobre sus dimensiones, tal vez porque es una variable más visible. Pero uno siempre tiene la sospecha de que todo el problema nos remite a una unidad de argumento y sentido, a un motivo concentrado, a una idea más cerca de la metáfora que a la complejidad en abanico de una novela. Casi junto a la publicación de Verano (Alianza), el novelista, poeta y crítico literario Manuel Rico publica Espejo y tinta, reunión de dos nouvelles, término por el que me decanto al final, siempre que se me presenta la duda arriba mencionada. La primera pieza se titula Espejo. Abunda la historia en el motivo literario del doble. Ernesto Silva hereda un libro de su padre. Un día descubre que alguien repite su existencia. Una sombra pertinaz que postula una existencia paralela. Poe y Dostoievski transitaron por este tema universal. Rico recupera la tradición para insuflarle un aire evanescente. Una historia más próxima al sueño. En la segunda pieza, Tinta, el meollo argumental se hace más opresivo. Luis Orueta, un oficinista muy al estilo de los de Gogol, se muestra impotente ante su irrefrenable fascinación porlas plumas estilográficas. Le atraen hasta casi situarlo al borde de los abismos más insospechados, sobre todo las que fueron usadas porlos grandes escritores. Tal vez como una remota esperanza de que ellas insuflen en su pobre existencia una inspiración literaria milagrosa. Las dos nouvelles (y no deje el lector de relacionarlas con las doce nouvelles que ha escrito hasta ahora en cuatro libros Luis Mateo Díez) de Manuel Rico se alimentan de ideas eminentemente cuentísticas. Pero su solución formal apunta a una excelencia estética de no muy frecuente consecución en la literatura española de los últimos años en este formato. La tensión del asunto central va evolucionando hasta un clima final, sin fisuras en la escritura que dificulten el placer que siempre ha de deparar la lectura de una nouvelle. La concisión no es una cuestión de pocas palabras. Es equilibrio entre lo que se escribe y lo que se calla. Excelente. J. ERNESTO AYALA-DIP


Publicada en Babelia, del diario El País, el 20 de diciembre de 2008

jueves, 14 de agosto de 2014

Tres críticas de 1995 a "Una mirada oblicua": Vázquez Montalbán, Santos Alonso y Ángel Basanta

Para lectores curiosos o interesados en conocer lo que se escribió, en el ámbito de la crítica, sobre Una mirada oblicua, rescato los textos de Manuel Vázquez Montalbán, publicado en El País, Santos Alonso, en Diario 16,Ángel Basanta, en ABC. 
                  
El 23-F y Max Frisch
Antiguos militantes antifranquistas en crisis de identidad protagonizan la nueva novela de Manuel Rico.

Por MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

La libertad estructural de esta novela lleva a pensar en cuánto hemos aprendido a leer y escribir para hacer posible la alquimia de la impresión final de unidad y verdad que exige cualquier propuesta literaria. La tercera persona, el relato directo de dos, hasta tres personajes, un diario como referente, sumados estos elementos sin una simetría preprogramada, sin embargo el ritmo de la escritura, que es el de la respiración del pensamiento del autor impone esa impresión final de unidad y verdad. Poeta, novelista y crítico, Manuel Rico consigue ser en Una mirada oblicua un novelista que apenas pasa el plumero de la imaginería poética y que autocontrola el mensaje ético sin esconder los trazos sociologistas de los personajes principales: los hoy acuarentados miembros de la última promoción de activistas antifranquistas, todavía marcados por "...los tiempos del oprobio". A pesar de esta ubicación sociologista y de que la trama arranca nada menos que la noche del 23-F, la novela no es un ajuste de cuentas de la transición, sino una morosa reflexión sobre la crisis de la identidad cuando lo histórico no ayuda a delimitarla. Por eso son tan emblemáticas las continuas referencias a las indeterminaciones del personaje de No soy Stiller, de Max Frisch, y a los desórdenes de la conciencia descritos por Pessoa en el Libro del desasosiego. De hecho, la noche del 23-F es el penúltimo dato externo ordenador de una posición ética, y a partir de esa noche y de lo que de privado ocurre en ella como desencadenante, los personajes se verán obligados a buscar su mismidad a través de un juego de interacciones guiadas por esa perversa tendencia a la indeterminación.

La posición moral del protagonista se parecería a la de esos personajes de Mercedes Soriano, miembro de casi la misma promoción bioliteraria de Rico, forzados a encerrarse con el yo como un solo juguete después de haber vivido arropados en el nosotros de la utopía emancipatoria. Esa utopía emancipatoria ya es pasado cuando Esteban Neira empieza a existir como héroe literario dotado de mirada oblicua y, por tanto, distorsionadora de su propia realidad y de la que comparte. Estamos en presencia de una novela según las claves del conocimiento intelectual de la vida a través de la novela, una tendencia literaria que coexistió con buena salud en los sesenta con los alardes tecnológicos derivados del nouveau román. Los personajes no disimulan su cultura de letraheridos (habría que asumir de una vez en castellano este catalanismo derivado de lletra-ferits), es decir, esas personas obsesionadas por la literatura hasta el punto de sufrirla como una herida de la que no desean sanar. Reordenan el conocimiento de sí mismos con la ayuda las más veces de Frisch, otras de Pessoa, dentro de un tiempo convencional no de ma¬duración, sino de aceptar la propia inmadurez. El cuarteto que protagoniza la novela hace coincidir su estrategia existencial con la propia estrategia narrativa del autor y de ahí que a pesar de todas las libertades que Rico se ha tomado sobre la cuestión del punto de vista, Una mirada oblicua propone la evidencia de que como lectores hemos sido seducidos por un punto de vista lógicamente oblicuo.

EL PAIS, 18 de noviembre de 1995

La duda bajo los pies
Rico describe la desorientación que desencadenó el golpe de Estado.

Por SANTOS ALONSO

Nadie parece discutir en nuestros días que el 23 de febrero de 1981 significó el final de la transición y el comienzo de la consolidación democrática. El túnel de aqueélla larga noche despejó cuando la sensatez política se impuso a la barbarie de las balas, cuyos impactos habían desvelado a la mayor parte del país. Desde ese momento, la gente pudo vivir sin sobresaltos, ya que la seguridad de la certeza, con" apellido de estabilidad política y social, era como una póliza vitalicia del futuro bienestar colectivo. Sin embargo, también esa noche cambió el rumbo y el destino individual: para unos representó el certificado legal que les autorizaba su profesionalismo político; para otros, luchadores en los tiempos difíciles, pero en todo momento apartados de los lugares de honor de los partidos, fue el punto de partida hacia la incertidumbre. La duda se removió bajo sus pies.

Qué ha sido de estos hombres y mujeres es la pregunta que se hace Una mirada oblicua, cuarta de las novelas publicadas por Manuel Rico (Madrid, 1952), a través de sus dos protagonistas. Este tratamiento existencial de los personajes desde una perspectiva política y social, en la que los sucesos históricos determinan su destino o interfieren en sus contradicciones personales y en sus relaciones sentimentales, es, salvo escasas excepciones, poco frecuente en la narrativa española de hoy. Tal vez nuestros novelistas, azuzados por el complejo de provincianismo y de falta de imaginación, del que han sido tildados reiteradamente, prefieren no mojarse y escapar por los espacios y atmósf¬ras más placenteros de la fabulación.

Manuel Rico no comparte este concepto neutro de la literatura. Por el contrario, afronta con intensidad la indagación en la incertidumbre y la confusión, narrando la peripecia desorientada de Esteban Neira desde la noche del golpe de Estado hasta hoy, un camino tortuoso y desencantado para quien, como el mismo personaje manifiesta, cargó en las espaldas la desolación ajena que se incrustó en su carne en los años del oprobio y no entiende el futuro sin las viejas experiencias que suelen esconderse con mala conciencia a los más jóvenes.

La tranquilidad política, después de la tormenta y el insomnio, despierta en Esteban el desasosiego, hasta el punto de conducirle a la ruptura con Andrea y a una consiguiente excitación interior que le desequilibrará su visión de la realidad y sus fundamentos emocionales. Andrea, por su parte, tampoco se librará de la duda y de la búsqueda de explicaciones coherentes a su lugar en el mundo. Ambos personajes representan, sin duda, a una colectividad más o menos amplia que ha vivido, personal y socialmente, el desconcierto de un cambio tal vez superficialmente analizado hasta ahora, es decir, el paso de la lucha clandestina a la democracia liberal, que se ha llevado consigo, como un viento, no pocas esperanzas y contradicciones.

Tampoco comparte Manuel Rico, por otra parte, el concepto de escritura fácil que, tan asentada hoy, favorece la comodidad del lector. Una mirada oblicua, de acuerdo con las perspectivas y los puntos de vista de los personajes, combina, siempre con la transparencia oportuna, diversas formas textuales y personas narrativas que van desarrollando no sólo los puntos de vista del relato sino también el pensamiento y la reflexión de los personajes. Y esto, cuando se hace con habilidad y destreza, siempre se agradece.

Publicada en Diario 16. Diciembre de 1995.
Una mirada oblicua 

Por ÁNGEL BASANTA
 
“Todo me ha cogido a contrapié. Supongo que en la vida de todo hombre hay un momento en que te das cuenta de que vas con el paso cambiado. De que no te apetece acompasarlo. Que tu momento se fue a la mierda.  Que llegaste a la estación cuando del tren tan sólo quedaba un resto de humo, un eco de hierros renqueantes en la lejanía» (pág. 101). Estas reflexiones anotadas, sin fecha, entre los fragmentos del diario del protagonista recogen con sinceridad el sentimiento de fracaso existencial que embarga la actitud de Esteban en Una mirada oblicua, cuarta novela de Manuel Rico (Madrid, 1952). Las citadas consideraciones de Esteban Neira se completan y a la vez se amplían con ayuda de otras expuestas por su mujer, cerca ya del final de la novela, cuando, después del reencuentro de ambos entre las ruinas de una antigua fábrica de cervezas, Andrea reconoce la derrota de sus proyectos vitales en palabras que igualmente ilustran el naufragio de toda una generación, la del autor: «Hemos crecido entre mitos y un buen día los mitos se van a la mierda y nos quedamos mirando al tendido con cara de imbéciles. Yo creo que eso es lo que nos ha ocurrido en estos años» (pág. 239).

Estos años coinciden con la década que va desde 1981 hasta 1991. Pues la historia novelada comienza la misma noche del fallido golpe de Estado el 23 de febrero, durante la cual Esteban y Andrea se refugian con un amigo en una casa de la sierra, Si aquella intentona militar contribuyó, con su fracaso, a la definitiva consolidación de la democracia en España, los acontecimientos históricos y políticos que siguieron marcaron profundamente el destino de muchos españoles, en especial de los que vivieron en su juventud la utopía del 68. Aquí están representados por los personajes del triángulo amoroso principal, en torno al que se desarrolla la trama: el arquitecto Neira, cuyos propósitos de conseguir una ciudad más humanizada en su remodelación urbanística acaban degenerando en la resignada restauración de ruinas en pueblos de la provincia; un sociólogo reciclado en la Universidad americana y dominado por el alcohol; y la psicóloga Andrea Santos, atraída sucesivamente por el reto de conseguir la curación de los dos hombres que se meten en su vida, sin lograr el equilibrio con ninguno. Al final todo se diluye en el incierto destino de Esteban y Andrea, de nuevo juntos y derrotados por la vida, y en el pragmatismo de Germán, liberado del alcohol por el éxito en sus negocios. La ciudad es Madrid, nunca nombrada pero reconocible en su geografía. En este espacio real desfigurado se hace hincapié en la relevancia simbólica del río, que separa los barrios de las afueras, donde la miseria contrasta con la riqueza del centro. Poco se ha cambiado en muchos aspectos, al menos según la perspectiva de los personajes centrales. Incluso a la altura de 1991, año en que se sitúa el presente narrativo desde el que Esteban escribe su cuaderno autobiográfico, con interpolación de fragmentos del diario escrito a lo largo de los 80. Uno y otro rezuman desencanto y aceptación del fracaso. Porque Esteban escribe para explicarse a sí mismo como náufrago a la deriva y en relación con quienes lo han acompañado en el viaje. Por eso su visión se retrotrae a los años del franquismo, a una juventud curtida en la rebeldía y en la esperanza, que, con el tiempo, han sucumbido en el presente entierro de sueños e ilusiones. Si antes se refugiaba en la lectura, ahora, en perfecta correspondencia, busca consuelo en la escritura, con la explícita compañía de una novela de Max Frisch, No soy Stiller, como referente literario de la impostura, y del Libro del desasosiego, de Pessoa, como muestra de su actual desorientación. Aun siendo el dominante, el punto de vista de Esteban no es el único. En varios capítulos, ordenados de cuatro en cuatro, se incluyen las anotaciones del diario de Andrea, que sirven de complemento al cuaderno de Esteban. Y las dos perspectivas quedan enmarcadas por la intervención de un narrador externo que cuenta, en tercera persona, el capítulo primero y los tres últimos, dos de éstos con la colaboración de Esteban y de Andrea. Esta diversidad de voces y de visiones en la articulación narrativa permite abordar las peripecias Individuales desde ángulos diferentes y entroncarlas con un alcance generacional sin forzar la verdad de la historia.

ABC Cultural. Noviembre de 1995.

Una mirada oblicua / Manuel Rico / Primera edición, en Planeta / Barcelona, 1995 / Edición revisada y corregida, en versión digital.    

domingo, 27 de abril de 2014

"Los espejos y el tiempo", crítica publicada por Manuel Vázquez Montalbán en 1997 a "La densidad de los espejos"

Cumplidos ya los 30 años, de pronto, sucede la memoria. Se ha construido con nuestra ayuda y con la de los otros, y contribuyen a convocarla los espejos donde el llamado otro yo  se aleja de quien y como creemos ser. Manuel Rico se hace responsable de seis libros de poemas y como novelista ha forcejeado con las estrategias narrativas dominantes en un doble empeño de reivindicación de la memoria crítica y de perplejidad ante los laberintos de la conducta. Su poesía y su novela se comunican, como ocurre en todo escritor que en el laboratorio de las palabras encuentra las piezas del mundo como revelación y no simplemente eufonías o polisemias caprichosas. El escritor-personaje se desvela a sí mismo al desvelar la otredad, escriba poesía o escriba novela.

 La densidad de los espejos fue premio Juan Ramón Jiménez, uno de los más serios premios de poesía de España y aparece publicado en la colección dirigida por otro poeta, Juan Cobos Wilkins. Premiar este libro representó en su día una ratificación de la poesía desadjetivada en tiempos en que la poesía española pasa por una de sus etapas más ricas e interesantes, pero también más tontas. Entretenida en antologías convertidas en razzias de ausencias, militantes en causas tribales poscómicas, la poesía de vez en cuando tiene que autoconcederse treguas y premiar a un poeta verdadero. Es el caso. Poeta de la memoria más que de la experiencia, aunque toda experiencia pase por el trámite de la estilización subjetiva antes de ser memoria. Rico construye una verdadera narración poética a partir del espejo como interlocutor traidor. "Es la luz enquistada que nos habla de otros" y entre ellos está el uno mismo, esa mismidad que como en los boleros se busca toda una vida y no se encuentra. El espejo como luz.de terror que conduce al conocimiento de! sí mismo para la muerte, aunque el poeta renuncie a la morbosidad de esa evidencia y reclame del espejo la noción neoplatónica de las dos caras, la una vuelta hacia la representación del paso del tiempo, de la vejez, de la muerte, y la otra hacia la inteligencia, la introspección, la situación entre los otros, la historia.

No hay memoria personal sin subjetividad, pero no hay memoria personal orientada si no asume la Historia, incluso sin entusiasmo, porque tal vez pasaron los tiempos en que se asumía la Historia con entusiasmo. La Historia..., "... esa región terrible que extendieron los siglos / el fuego del origen, la huella o el estigma en que reconocernos / Lefevbre, Pirenne, Hobsbawn y tantos otros / arañaron los muros que habían erigido / los propietarios de la muerte", la Historia tal vez aporte como mejor herencia la pulsión de buscar lo imposible para conseguir lo posible. El poeta, que ha comenzado su viaje ante el espejo traidor contándose su historia y que ha abordado la relación entre historia personal e Historia, llega a la asunción de su conciencia, es decir, de su consciencia construida como las esculturas y los poemas vaciando volúmenes, masas verbales, creencias..., "... gestos y palabras que hoy sientes inquilinas". El poeta-personaje que una noche de 1969 abandonó disidente el salón donde su padre contemplaba fascinado la llegada yanqui a la luna termina su relato casi refugiado en una casa de campo que fue el sueño de su padre..., "... custodiando los restos / de un universo roto por otras exigencias".

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

 Publicada el 1 de noviembre de 1997 en El País.

La densidad de los espejos / MANUEL RICO / Nueva edición, revisada y ampliada, a los 20 años de la concesión del Premio Hispanoamericano Juan Ramón Jiménez. El Sastre de Apollinaire. Madrid, 2017-

domingo, 5 de enero de 2014

Reseña sobre "Fugitiva ciudad". Luis Bagué Quílez

En el XX, la ciudad fue escenario da las distopías fabriles, la apoteosis capitalista y una convivencia ambigua. Desde el laboratorio óptico de Poeta en Nueva York hasta la construcción discursiva de una “ciudad del hombre” (Fonollosa), el espa­cio urbano ha registrado las mutaciones de la vida social y del trasmundo psíquico. Fugitiva ciudad reclama un lugar destacado en esa línea. Supone una valiosa aportación al tema de la ciudad como ámbito de la educación sentimental y campo da batalla de las contiendas colectivas. Entre el retablo humano y el pormenor biográfico, la sensación da intemperie se proyecta sobre la iconografía de la periferia y el clima moral del desencanto. El mal del siglo XXI expande sus síntomas a un remozado inventario de lugares (poco) propicios al amor, al frustrado sueño de una aldea global o a las ruinas quevedescas que se ocultan bajo el skyline de la modernidad: “Ah de las calles solas, llenas / de amaneceres sucios”. De este modo, la memoria privada se inserta en una crónica universal. El regreso a la capital del dolor (‘Campos de trabajo. Las huellas’) o la continuidad de los “tiempos infames” (‘Tarde de guerra en Irak’) dan testimonio de la dimensión política de la  identidad. Así lo certifica ‘Formentor, medio siglo. 1959-2009’, escrito bajo la advocación de Gil de Biedma y el conmovedor réquiem ‘En la tumba de Gramsci’. En suma, el fláneur posmodemo de este libro personifica los trasbordos de un cora­zón que “viaja en cercanías” y se reconoce en el ADN de la condición urbana: "Soy / de una plaza cualquiera de una ciudad sin nombre”. 


Publicada en Babelia / El País. Sábado, 16 de enero de 2013