miércoles, 18 de noviembre de 2020

Manuel Rico. "Tiempo salvado del tiempo". Antología 1980 - 2018- El Sastre de Apollinaire. Por CARLOS ALCORTA

Crítica, publicada el pasado 13 de noviembre de 2020, en El Diario Montañés, sobre la antología Tiempo salvado del tiempo.

Carlos Alcorta

El propio titulo de esta selección de poemas de Manuel Rico, Tiempo salvado al tiempo,  nos ofrece una pista determinante para adentrarnos en las claves de su poética. La poesía es, en un evidente guiño machadiano, «tiempo salvado del tiempo», peo es algo más, es «tiempo salvado de la muerte, emoción en estado de lenguaje, arte que nos ayuda a vivir, a entendernos y a indagar en las zonas ocultas de la realidad y no por ello inexistentes». Manuel Rico (Madrid, 1952) sabe bien de lo que habla porque ha reflexionado en numerosas ocasione sobre qué es y qué no es la poesía, y lo ha hecho desde el propio poema —ha escrito muchos poemas de carácter metapoético— y desde su labor como crítico literario en suplementos —Babelia, por ejemplo— y en revistas especializadas —entre otras, Cuadernos Hispanoamericanos, Turia, Ínsula o Revista de Libros—, y esta familiaridad con la poesía ajena es lo que le permite analizar la suya con minuciosidad y una admirable ecuanimidad, que luego diseccionaremos.

Tiempo salvado del tiempo recoge poemas de todos sus libros publicados (más un par de inéditos), aunque no todos los títulos gozan de la misma repercusión,. Así, de su primer libro, Poco importa romper con la alondras (1980), solo se recoge un poema y, por las palabras del propio poeta, entendemos que muy corregido. Tanto del que se puede considerar su primer libro, El vuelo liberado (1986), como de Papeles inciertos (1990), de El muro transparente (1992) y de Quebrada luz se recogen entre tres y cuatro poemas. A medida que nos acercamos temporalmente al momento actual, la selección es más generosa, lo que, a vuelo de pájaro, nos sugiere que el autor se reconoce con mayor nitidez en los poemas más recientes que en los antiguos, algo, por otra parte, del todo comprensible, quizá porque el retrato que perfilan sus versos se asemeja más a el hombre curtido, pero tierno y experimentado, al hombre vitalista aunque escéptico que ahora es que a aquel joven al que movía una cierta ingenuidad epocal y un convencimiento pleno en el ser humano como sujeto capaz de transformar la historia. Por supuesto, basta leer algunos de sus poemas últimos —estoy pensando en títulos como «Madrid, 11 de marzo» o «En la calle»— para verificar que su posicionamiento ideológico, sus convicciones son tan firmes como en su juventud, si no más, porque la ciudad —la poesía de Manuel Rico es eminentemente urbana, pero no de los barrios del centro, sino de la periferia, esa que iguala las ciudades del llamado primer mundo— a la que regresa «tantos años después; la de los clavos y el silencio, la de los sanatorios / de pobres y de las clínicas para elegidos, / la de los inviernos con bufandas ineficaces», no ha cambiado demasiado, como podemos comprobar diariamente en las noticias: «A una edad más tardía la calle me devuelve mi ciudad de muchacho», dice el verso final.

La poesía de Manuel Rico cuenta historias, recrea instantes del pasado, «aloja una memoria poética —son palabras de Fanny Rubio, la autora del prólogo— en su doble función presidida por un lenguaje narrativo que aporta realidad exterior, relativa a lugares y seres imborrables de su biografía, y realidad imaginaria, que remite a su tiempo personal y a su mundo de imágenes borrosas que le llegan del fondo del espejo de la infancia», un lenguaje narrativo que opta por el versolibrismo, aunque en esta selección podamos leer algún que otro soneto, como fórmula para desvelar esas vinculaciones afectivas que le unen a su infancia y a su juventud, a sus padres, a familiares y amigos ya fallecidos —el poema «Elegía», de su último libro, “Los días extraños”, comienza con un verso que pone los pelos de punta: «A veces, es la muerte quien habla de nosotros».

Hemos mencionado algunas de las características de la poesía de Rico: la metapoesía —«¿A qué negar su condición de ensalmo fronterizo? / ¿A qué su vocación de pócima / que nace en la realidad y la destruye / para vivir en ella, transformada?», dice de la poesía—y la relectura de la infancia, pero hay otras no menos importantes, como son la conciencia del tiempo histórico que le ha tocado vivir, muy presente desde sus primeros libros y especialmente significativa en el libro “Donde nunca hubo ángeles” (2003) —léanse como muestras los poemas «1981. Veintitrés, febrero» y «Contacto en la M-30»—, el gusto por la adjetivación como forma de exprimir los detalles de la experiencia compartida y el confesionalismo autobiográfico, el intimismo, eso sí, en Rico lo íntimo siempre está trufado de historia, algo que apreciamos en poemas como «Mejores que nosotros», un emotivo homenaje a sus compañeras de viaje, o el no menos emotivo «Otoño en Riaza», en el que recuerda a través de una fotografía a antiguos amigos poetas —varios ya desaparecidos— que termina con otra de las características más acusadas de la poesía de Rico, la nostalgia, pero una nostalgia enriquecedora, creadora, no esterilizante: «Pero fuimos felices y hoy nos salva / esa imagen a cuatro, esa brizna de tiempo / de un otoño en Riaza, iluminando / de amarillos y ocres y pupilas sin sombra». A sus lectores, su poesía nos salva del olvido.