

En Fugitiva ciudad,
ese discurso se dibuja con música: en sus excelentes sonetos se concibe la
poesía como palabra manchada que es a la vez una luz que nunca ofende. Cuando
escribimos un soneto siempre se nos cubre de polvo enamorado, quizá por esa
razón estos poemas son viaje en el tiempo y superposición de espacios en la
transparencia: las ciudades habitan dentro ciudades a las que se accede por el
ojo de una aguja o a través del terraplén de la madriguera de Alicia. La lírica
y la ciencia-ficción se combinan con vocación moral. Los lugares y tiempos de Fugitiva ciudad nunca volverán a ser los
mismos y, sin embargo, se repiten: los versos expresan lo intangible de esas
repeticiones, nuestra dificultad para aprender de la Historia, el movimiento indetectable
y la permanencia como señal de ceniza y escritura. Cómo nos impregna la memoria
de lo que no hemos vivido, y cómo la no-experiencia pasa a formar parte de
nosotros. La palabra de Rico también absorbe una concepción erótica del vivir: el amor es metonimia porque precisa de
imágenes que solidifiquen el estado gaseoso y los espíritus que saliendo de una
pupila se incrustan en otra. La poesía se hace imprescindible para no olvidar
el amor, para dotar al amor de un cuerpo que nos permita verlo y tocarlo más
allá de los dolores del platonismo, la represión o la higiene. El amor es pelo,
voz, bufanda. Y cada metonimia un fetiche. Escribe Rico “Veo la voz en la
bufanda…”, entonces, el amor es sinestesia, teoría del conocimiento.
Al margen de la idea de que los textos viven dentro de los
textos como “las ciudades viven dentro de las ciudades”, de modo que la poesía
es una gran conurbación, la colonización permanente de un territorio lábil, en Fugitiva ciudad Rico muestra que la
poesía civil no es acta notarial o lista de la compra. En hipermercados, ceniceros
y pantalones de pana, Rico encuentra el reverso lírico de lo pequeño: una
poesía meditativa que le debe más a la actualidad que a lo metafísico, al
Euribor que a Dios. Rico cuestiona la bruma, como puntal del metarrelato
posmoderno, despojándola de sus connotaciones melancólicas: la bruma encarna la
ceguera y la militancia elegiaca, las reflexiones frente a la tumba de Gramsci,
revierten en vindicación de todo lo que sigue siendo urgente. Este proyecto
intensifica la condición analógica de un poeta que habita el campo semántico
del pensamiento crítico: globalidad, conciencia del mundo, abstracciones e
irrenunciables utopías. Manuel Rico, valientemente, persiste. Sus palabras no
están pixeladas: son nítidas y, en su lucidez, dañan y estimulan en la misma
proporción. MARTA SANZ
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Rincón de la ciudad de Madrid. Barrio de Carabanchel |
Publicada en Clarín. Enero-febrero de 2013. Número 103. Oviedo, 2013