lunes, 1 de agosto de 2016

Intriga y memoria histórica. Sobre "Un extraño viajero". Por Luis Eduardo Siles

El pasado 18 de junio, en el suplemento cultural de El Norte de Castilla, La sombra del ciprés, Luis Eduardo Siles publicó la crítica que abajo se reproduce sobre Un extraño viajero

Un extraño viajero supone una rei­vindicación de la memoria históri­ca. Pero el libro es mucho más. Se trata de una sensacional historia de amor, de una novela sostenida con un pulso narrativo impecable, que tiene en la intriga, en el suspense, uno de sus princi­pales soportes. Lucía Olmedo, la protago­nista, arrastra la soledad de sus años de divorcio del en­torno en el que vive, un pue­blo perdido en la Sierra de Madrid en el que regenta un hotel rural, La Casona. 
El autor describe a Lucia según las características que «en tan­tas películas y novelas» se llama «una mujer madura», pero ese rasguño del tiempo «quedaba atenuado por el brillo de sus pupilas, siempre vivas y penetrantes, y por un cuerpo de formas todavía firmes y según decían sus amigas y algún amigo re­sidente en Brezo, apeteci­ble». Una noche de invier­no, entre semana, con el hotel deshabitado, llega Salto Hamzik. un serbio indocumentado y agotado, como venido de otro tiempo, que despierta en Lucia una sensación contradictoria de desconfianza y deseo, está a punto de avisar a la Guardia Civil, pero finalmente confía en él porque pa­recía un hombre can­sado, perdido, incapaz de hacerle daño a na­die». Tras algunos días de estancia del hombre en La Caso­na vivirán una noche de pasión y sexo que cambiará ra­dicalmente la vida de Lucía. Pero Salko desa­parece esa maña­na. Deja un resguar­do para recoger un ca­rrete de fotografías. Y a partir de ahí, las preocupaciones por la marcha del hotel, que constituían la única ocupación en la vida de la protagonista, pasan a un segundo plano, porque ella se lanza a una obsesiva indagación sobre oscuros elementos del pasado de la comarca, marcados por el azote de la dictadura, e incluso tendrá la sensación, y la vivirá intensamente, de haber irrumpido en «dimensiones desconocidas».
Manuel Rico construye en Un extraño viajero una novela que une el amor y el suspense con una investigación del pasado

Lucía investiga por amor, incluso con cierto fastidio a veces, pero los pasos que da resultarán decisivos para que la opinión pública conozca, sobre todo a través de una exposición fotográfica, los ex­cesos que la dictadura come­tió en la comarca. La presa la construyeron los perde­dores de la guerra. Las fotos que dejó el extranjero reflejaban «rostros delgados, fa­mélicos. Cuerpos casi perdidos en ropas que a Lucia le parecieron desmesuradas. Duros primeros planos de seres anónimos de rasgos como esculpidos con cortafríos sobre una piedra imaginaria. Ojos entre el asombro y el abatimiento. Som­bras de árboles desnudos, esqueletos de oscuridad sobre un fondo demasiado claro, sombras humanas caminando en fila, sombras». Lucia descubre, a través de las personas con las que habla du­rante su investigación, la si­militud entre determinadas actuaciones que se dieron durante la dictadura y las que se practicaron en los campos de concentración nazis: «Hubo una cámara que estuvo aquí y trabajó de incógnito para acumular pruebas de que había una relación muy directa entre determinadas prácticas del franquismo y las que se dieron en los campos nazis». En Un extraño viajero hay, pues, una historia de amor, una profundización en la memoria históri­ca, y todo ello está en­vuelto en una atmósfera de suspense, pero se trata sobre todo de un libro magníficamente escrito, que transmite constantemente el placer de leer. Ha obtenido el IX Premio de Logro­ño de Novela. Manuel Rico (Madrid, 1952) es un consumado crítico literario. un reconocido poeta, y ha publicado varias novelas, como la colosal La mujer muerta. Un extraño viajero, cuya acción transcurre entre los años 2005 y 2006, en los que se impulsó la memoria histórica, está lleno de referencias literarias. Lucia está leyendo -y avanza muy lentamente entre tantos avatares en su vida—  Matar a un ruiseñor, pero también se habla de Philip Roth, de Ro­bert Walser  o de Max Frisch entre otros muchos. Es una novela que transpira sentimientos, pero no hay ningún personaje negativo: lo malo son las zonas oscuras del pa­sado de este país. Tiene bue­nas intenciones. Francisco Umbral vino a decir que de los buenos sentimientos nun­ca salo una buena novela. Este caso supone una excepción a esa premisa umbraliana.  Un extraño viajero es una buena novela.

Publicado en El Norte de Castilla el 18 de junio de 2016. 



martes, 7 de junio de 2016

Vida tras la memoria. Sobre "Un extraño viajero". Por Aurelio Loureiro

En la revista Leer, en su número de Junio, Aurelio Loureiro, su director, dedica su sección "Vida y ficción" a la novela Un extraño viajero

La memoria, cuando no es esquiva, puede aportar mucho más de lo que se pretende de ella. Los meandros por los que discurre pueden revelar su esencia en el mismo territorio de la ficción, confundiendo ¡as prioridades a las que se enfrenta cualquier decisión, más si es de Índole histórica. La memoria histórica es la memoria forzada a una resolución equitativa. No admite veleidades, pues afecta a las emociones. Transcurre por un solo meandro de ese río incierto que es la vida: el de la justicia; palabra capaz de fundir lo sublime con lo rastrero. No obstante, la memoria histórica muchas veces precisa de un espacio imaginario donde se aclaren ciertas dudas, se reinventen personajes, se forjen contextos acogedores, se formulen nuevos caminos para llegar a donde se quiere, quizá a la realidad más descarnada. No hay memoria sin una dosis justa de ficción, que, a su vez, lima en muchos aspectos los desajustes de esa realidad que nunca se mantiene quieta.

Manuel Rico es un escritor seguro de dónde quiere llegar con sus indagaciones literarias, así como los riesgos y trampas con los que se va a encontrar desde la primera palabra. Tiene los pies en los asuntos que nos competen a todos, en la suerte de todos los días, pero es consciente de que esa realidad, lo cotidiano convertido en paradigma, puede conducirlo a parajes extraordinarios, sorpresas ineludibles y verdades asombrosas que distan mucho de los planteamientos primigenios; aunque los complemente e ilumine.

El asunto, en este caso, es la memoria histórica; si bien, como suele pasar, se enrede y llegue mucho más lejos. Rico parte de la necesidad de la memoria histórica más allá de cualquier debate o confrontación y eso le facilita ¡as cosas, pues le evita un buen disgusto a la conciencia. El objetivo, no sólo devolver esa memoria a su lugar debido, sino también restaurar, más allá de intereses ajenos, el recuerdo de las personas que hay detrás, soportando éstas también la cuota de conciencia que le corresponde a la memoria que se les ha arrebatado, a veces inconscientemente, a veces de manera voluntaria.
Rico conforma su particular Macondo entre la niebla que orla los picos y el brezo que enhebra sus raíces dentro de la tierra al borde del abismo
Se suele decir que el amor mueve montañas y en Un extraño viajero (Algaida; IX Premio Logroño de Novela), sólo un chispazo, una aparición insospechada, una noche de sexo, es capaz no sólo de moverlas sino de hurgar en sus tripas, provocando un seísmo que exclusivamente la reconstrucción de la memoria será capaz de apaciguar. No es la primera vez que el autor se adentra en el territorio de Somosierra, esa escarpada encrucijada que une Madrid, Segovia y Guadalajara en un triángulo mágico, donde montañas (una de sus novelas se titula precisamente como una de esas montañas: La mujer muerta) y pueblos, bosques y rutas, nieve y primavera, son susceptibles de exploración. Rico conforma su particular Macondo, entre la niebla que orla los picos y el brezo que enhebra sus raíces dentro de la tierra en lucha por no caer en el abismo.

El edificio, situado en Horcajo de la Sierra, que 
inspiró La Casona
Es en ese contexto donde surge la memoria que devendrá en histórica por mor del interés que suscitará el descubrimiento de unas fotos que retratan en blanco y negro los desmanes de los vencedores de la Guerra Civil española en los años 40 y 50, y el perpetuo castigo de los presos, vencidos, obligados a trabajos forzados, allí, entre aquellas montañas invencibles, durante las obras de construcción de la línea de ferrocarril Madrid-Burgos. Campos de prisioneros, donde no se gaseaba a los judíos, pero creaban cadáveres andantes, mutantes morales, famélicas víctimas de la ideología vencedora. Una historia para olvidar que se enquista en la vida de los personajes que la reciben con sorpresa y se rinden a ella con abnegación y necesidad de que se conozca. Una historia para no olvidar que pronto capta la atención de los encargados de organizar la (tan traída y llevada! memoria histórica y suscita intereses encontrados.

Hay vida detrás de la memoria y amor cuando la ficción se convierte en un canto de sirena. A la protagonista, aunque le duela que prescindan de ella en los actos oficiales a pesar de regalar las fotos, sólo le interesa saber si aún vive el hombre que después de regalarle una noche de sexo en La Casona, hotel que regenta ella, le deja un encargo; recuperar unas fotos de un campo de trabajo de la posguerra, cercano a la mujer muerta. Saber si vive, buscarlo en los rostros que se lo recuerdan, ese rostro grabado, y, si es un fantasma del pasado, demostrarse que ella lo vio y lo amó, aunque fuera en ese instante fugaz de la memoria.