En la revista Leer, en su número de Junio, Aurelio Loureiro, su director, dedica su sección "Vida y ficción" a la novela Un extraño viajero.
La memoria, cuando no es esquiva, puede aportar mucho más de lo que se pretende de ella. Los meandros por los que discurre pueden revelar su esencia en el mismo territorio de la ficción, confundiendo ¡as prioridades a las que se enfrenta cualquier decisión, más si es de Índole histórica. La memoria histórica es la memoria forzada a una resolución equitativa. No admite veleidades, pues afecta a las emociones. Transcurre por un solo meandro de ese río incierto que es la vida: el de la justicia; palabra capaz de fundir lo sublime con lo rastrero. No obstante, la memoria histórica muchas veces precisa de un espacio imaginario donde se aclaren ciertas dudas, se reinventen personajes, se forjen contextos acogedores, se formulen nuevos caminos para llegar a donde se quiere, quizá a la realidad más descarnada. No hay memoria sin una dosis justa de ficción, que, a su vez, lima en muchos aspectos los desajustes de esa realidad que nunca se mantiene quieta.
Manuel Rico es un escritor seguro de dónde quiere llegar con sus indagaciones literarias, así como los riesgos y trampas con los que se va a encontrar desde la primera palabra. Tiene los pies en los asuntos que nos competen a todos, en la suerte de todos los días, pero es consciente de que esa realidad, lo cotidiano convertido en paradigma, puede conducirlo a parajes extraordinarios, sorpresas ineludibles y verdades asombrosas que distan mucho de los planteamientos primigenios; aunque los complemente e ilumine.

Rico conforma su particular Macondo entre la niebla que orla los picos y el brezo que enhebra sus raíces dentro de la tierra al borde del abismo
Se suele decir que el amor mueve montañas y en Un extraño viajero (Algaida; IX Premio Logroño de Novela), sólo un chispazo, una aparición insospechada, una noche de sexo, es capaz no sólo de moverlas sino de hurgar en sus tripas, provocando un seísmo que exclusivamente la reconstrucción de la memoria será capaz de apaciguar. No es la primera vez que el autor se adentra en el territorio de Somosierra, esa escarpada encrucijada que une Madrid, Segovia y Guadalajara en un triángulo mágico, donde montañas (una de sus novelas se titula precisamente como una de esas montañas: La mujer muerta) y pueblos, bosques y rutas, nieve y primavera, son susceptibles de exploración. Rico conforma su particular Macondo, entre la niebla que orla los picos y el brezo que enhebra sus raíces dentro de la tierra en lucha por no caer en el abismo.
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El edificio, situado en Horcajo de la Sierra, que inspiró La Casona |
Hay vida detrás de la memoria y amor cuando la ficción se convierte en un canto de sirena. A la protagonista, aunque le duela que prescindan de ella en los actos oficiales a pesar de regalar las fotos, sólo le interesa saber si aún vive el hombre que después de regalarle una noche de sexo en La Casona, hotel que regenta ella, le deja un encargo; recuperar unas fotos de un campo de trabajo de la posguerra, cercano a la mujer muerta. Saber si vive, buscarlo en los rostros que se lo recuerdan, ese rostro grabado, y, si es un fantasma del pasado, demostrarse que ella lo vio y lo amó, aunque fuera en ese instante fugaz de la memoria.