jueves, 3 de octubre de 2013

Sobre "Fugitiva ciudad", por Juan Carlos Ortega

Reseña sobre Fugitiva ciudad
 
Madrid es esa ciudad fugitiva, ciudad del presente del poeta, ciudad del siglo XXI, ciudad para jóvenes que hierven de sueños y promesas y ciudad de viejos temerosos de muerte y existencia, de mujeres con bolsas rebosando lechugas y hombres firmando una quiniela o jugando en su móvil, ciudad de cines donde pasan películas de Bergman y de exposiciones de Evard Munch, ciudad de bares, de tiendas de todo a cien, de Mc Donalds donde los amantes furtivos se encuentran y buscan el paraíso de una felicidad transitoria, ciudad de sábados en el hipermercado y domingos fríos de invierno leyendo poemas que ofrecen recetas para engañar al tiempo.

El poeta pertenece a su ciudad. “Soy de la plaza / de España”. “Soy / de una plaza cualquiera de una ciudad sin nombre / donde a veces se odia tanto como se ama”. Aunque esta ciudad está hecha de muchas ciudades: Berlín, Frankfurt, Roma, Bagdad, Viena, Barcelona. En todas ellas se respiran las mismas soledades, las mismas quimeras.

Pero no son solo las imágenes coloridas del presente las que el poeta atrapa en la sombra de sus poemas. La memoria del poeta también nos traslada al Madrid de los años 50, a un lugar de miseria y supervivencia, de miedo y derrota, una infancia de madres mudas y padres aterrados. Tiempos de zozobras e impotencia, donde los derrotados buscan refugio en los “bares del miedo” de la alargada estirpe de aquellos que vencieron. La memoria es, de hecho, uno de los ejes vertebradores de este libro y también una de las constantes de toda la poesía de Manuel Rico.

Fugitiva ciudad. Manuel RicoEn el poema titulado “Momentos de Viena en 2005” el poeta habla de la “desmemoria”. Viena es una ciudad donde el presente luminoso, apacible, pulcro, parece haber olvidado la Historia, los trenes del terror, el llanto, el miedo, el silencio. Igualmente en el poema titulado “Campos de trabajo. Las huellas (Sierra Norte de Madrid)” el poeta nos habla de la sierra de sus veraneos, donde asoman monumentos, junto a pueblos que el terror enmudeció. En ellos pervive “la asustada memoria de los que vivieron poco y sufrieron lo indecible / junto a los muros de la desvergüenza”.

La España turbia de los años 50 y un pasado menos lejano se entremezclan en “Tarde de guerra en Irak”. El poeta camina con su hijo a la sombra del edificio Reina Sofía, donde la gente clama por la paz, lo que le lleva a rememorar al niño que fue y la huella de sufrimiento que dejaron en él aquellos “tiempos infames”, porque “Mas allá de las patrias” aguardan los mismos muertos, los mismos huérfanos, las mismas soledades, los mismos abismos.
 
En otros poemas aparece también la añoranza de aquellos tiempos de adolescencia y juventud incandescente, tiempos de ensoñación y fantasía, de pitillos robados, de futbolines, de cines de sesión doble, de amores primerizos, de cremalleras torpes y manos inexpertas, de muchachas que debían regresar a casa antes de las diez, “de bolsillos / vacíos de monedas y repletos de vida”. Una vida irrepetible en aquel barrio de la periferia que le vio crecer.

En el hermosísimo poema “El barrio que fue mío” el poeta evoca su antiguo barrio. Aunque la gente diga que ya no existe, que “máquinas sin memoria hicieron de él escombros”, no es cierto. El barrio de su niñez y su juventud sigue existiendo en el poema. Vive, por supuesto, en su memoria.

También a su memoria acuden los amigos entrañables del pasado. En “Recuerdo del poeta. El primer encuentro” el poeta rememora al amigo y compañero de sueños y oficio, Manuel Vázquez Montalbán. La noticia de su muerte en Bangkok, recibida “como un baldón de fiebre”, le trae a la memoria su primer encuentro en el hotel Palace de Barcelona, las historias compartidas y los lazos que les unieron para siempre.

En “Cena en Frankfurt” nos habla de su cena con el también poeta Juan Gelman, la charla sobre sus demonios, sus fantasmas, sus temores, los amigos comunes, Gabo, Blas de Otero… Y entre risas y cervezas, el poeta “gelmanea”. Maravilloso vocablo.

Y es que el léxico de Fugitiva ciudad es fértil y al tiempo familiar, sencillo, próximo. Estamos ante un libro que ética y estéticamente resulta emocionante. Un libro que aspira a la cercanía, sin renunciar a una forma trabajada, cuidada y, ciertamente, brillante.

                                                   EL BARRIO QUE FUE MÍO

                                                   Hay una luz seca y sombría
                                                   temblando en las esquinas del verano
                                                   del barrio que ahora evocas.
                                                   Dicen que ya no existe: mienten.

                                                  Que es tierra silenciada y que es vacío: mienten.

                                                   Fue lateral ciudad a medias, turbia
                                                   lonja del desamor y, a veces,
                                                   del desacierto y de la no esperanza,
                                                   de la flor rota y de los entusiasmos,
                                                   del párpado quemado y de la voz más limpia.

                                                   Existe aquí, se crea y vive con la letra
                                                   que atañe al corazón y a veces lo equivoca.
                                                   Aquí crecen las calles amigas de la sombra
                                                   y de la luz de agosto.

                                                   Aquí, en esta tierra de palabras y dudas,
                                                   de tiempos asustados por el límite,
                                                   vuelve, lento, aquel barrio
                                                   del niño que creíste inamovible y tuyo:
                                                   tiendas de coloniales, fruterías,
                                                   el viejo estanco y el lugar del vino
                                                   y los alcoholes, tu primer deseo
                                                   y tu ilusión penúltima.

                                                   Dicen que una tarde de octubre
                                                   máquinas sin memoria hicieron de él escombros,
                                                   lo dejaron sin luz y sin sentido.
                                                   Mienten: vive aquí, en estos signos
                                                   que lo sueñan y encienden
                                                   sin que nadie te vea.

Publicado en la revista digital TRAVELARTE el 18 de noviembre de 2012

 

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