Reseña sobre Fugitiva ciudad
Madrid es esa ciudad fugitiva, ciudad del
presente del poeta, ciudad del siglo XXI, ciudad para jóvenes que hierven de
sueños y promesas y ciudad de viejos temerosos de muerte y existencia, de
mujeres con bolsas rebosando lechugas y hombres firmando una quiniela o jugando
en su móvil, ciudad de cines donde pasan películas de Bergman y de exposiciones
de Evard Munch, ciudad de bares, de tiendas de todo a cien, de Mc Donalds donde
los amantes furtivos se encuentran y buscan el paraíso de una felicidad
transitoria, ciudad de sábados en el hipermercado y domingos fríos de invierno
leyendo poemas que ofrecen recetas para engañar al tiempo.
El poeta pertenece a su ciudad. “Soy de la plaza
/ de España”. “Soy / de una plaza cualquiera de una ciudad sin nombre / donde a
veces se odia tanto como se ama”. Aunque esta ciudad está hecha de muchas
ciudades: Berlín, Frankfurt, Roma, Bagdad, Viena, Barcelona. En todas ellas se
respiran las mismas soledades, las mismas quimeras.
Pero no son solo las imágenes coloridas del
presente las que el poeta atrapa en la sombra de sus poemas. La memoria del
poeta también nos traslada al Madrid de los años 50, a un lugar de miseria y
supervivencia, de miedo y derrota, una infancia de madres mudas y padres
aterrados. Tiempos de zozobras e impotencia, donde los derrotados buscan refugio
en los “bares del miedo” de la alargada estirpe de aquellos que vencieron. La
memoria es, de hecho, uno de los ejes vertebradores de este libro y también una
de las constantes de toda la poesía de Manuel Rico.

La España turbia de los años 50 y un pasado menos
lejano se entremezclan en “Tarde de guerra en Irak”. El poeta camina
con su hijo a la sombra del edificio Reina Sofía, donde la gente clama por la
paz, lo que le lleva a rememorar al niño que fue y la huella de sufrimiento que
dejaron en él aquellos “tiempos infames”, porque “Mas allá de las
patrias” aguardan los mismos muertos, los mismos huérfanos, las mismas
soledades, los mismos abismos.
En el hermosísimo poema “El barrio que fue
mío” el poeta evoca su antiguo barrio. Aunque la gente diga que ya no
existe, que “máquinas sin memoria hicieron de él escombros”, no es cierto. El
barrio de su niñez y su juventud sigue existiendo en el poema. Vive, por
supuesto, en su memoria.
También a su memoria acuden los amigos
entrañables del pasado. En “Recuerdo del poeta. El primer encuentro” el
poeta rememora al amigo y compañero de sueños y oficio, Manuel Vázquez
Montalbán. La noticia de su muerte en Bangkok, recibida “como un baldón de
fiebre”, le trae a la memoria su primer encuentro en el hotel Palace de
Barcelona, las historias compartidas y los lazos que les unieron para
siempre.
En “Cena en Frankfurt” nos habla de su
cena con el también poeta Juan Gelman, la charla sobre sus demonios, sus
fantasmas, sus temores, los amigos comunes, Gabo, Blas de Otero… Y entre risas y
cervezas, el poeta “gelmanea”. Maravilloso vocablo.
Y es que el léxico de Fugitiva ciudad es fértil y al tiempo familiar, sencillo, próximo. Estamos ante un libro que ética y estéticamente resulta emocionante. Un libro que aspira a la cercanía, sin renunciar a una forma trabajada, cuidada y, ciertamente, brillante.
EL BARRIO QUE FUE MÍO
Hay una luz seca y sombría
temblando en las esquinas del verano
del barrio que ahora evocas.
Dicen que ya no existe: mienten.
Que es tierra silenciada y que es vacío: mienten.
Fue lateral ciudad a medias, turbia
lonja del desamor y, a veces,
del desacierto y de la no esperanza,
de la flor rota y de los entusiasmos,
del párpado quemado y de la voz más limpia.
Existe aquí, se crea y vive con la letra
que atañe al corazón y a veces lo equivoca.
Aquí crecen las calles amigas de la sombra
y de la luz de agosto.
Aquí, en esta tierra de palabras y dudas,
de tiempos asustados por el límite,
vuelve, lento, aquel barrio
del niño que creíste inamovible y tuyo:
tiendas de coloniales, fruterías,
el viejo estanco y el lugar del vino
y los alcoholes, tu primer deseo
y tu ilusión penúltima.
Dicen que una tarde de octubre
máquinas sin memoria hicieron de él escombros,
lo dejaron sin luz y sin sentido.
Mienten: vive aquí, en estos signos
que lo sueñan y encienden
sin que nadie te vea.
Hay una luz seca y sombría
temblando en las esquinas del verano
del barrio que ahora evocas.
Dicen que ya no existe: mienten.
Que es tierra silenciada y que es vacío: mienten.
Fue lateral ciudad a medias, turbia
lonja del desamor y, a veces,
del desacierto y de la no esperanza,
de la flor rota y de los entusiasmos,
del párpado quemado y de la voz más limpia.
Existe aquí, se crea y vive con la letra
que atañe al corazón y a veces lo equivoca.
Aquí crecen las calles amigas de la sombra
y de la luz de agosto.
Aquí, en esta tierra de palabras y dudas,
de tiempos asustados por el límite,
vuelve, lento, aquel barrio
del niño que creíste inamovible y tuyo:
tiendas de coloniales, fruterías,
el viejo estanco y el lugar del vino
y los alcoholes, tu primer deseo
y tu ilusión penúltima.
Dicen que una tarde de octubre
máquinas sin memoria hicieron de él escombros,
lo dejaron sin luz y sin sentido.
Mienten: vive aquí, en estos signos
que lo sueñan y encienden
sin que nadie te vea.
Publicado en la revista digital TRAVELARTE el 18 de noviembre de 2012
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